LITERATURA / Claudia Piñeiro

CLAUDIA PIÑEIRO
Tuya


Hace un mes hice un crucero por el Nilo, y de la mucha gente que uno llega a entablar conversación y una microrelación que generalmente muere en la misma despedida del aeropuerto de turno, conocía a una señora argentina con la que hablé (como no) de literatura. Intercambiamos opiniones y recomendaciones, y una de las que me lanzó fue la de Claudia Piñeiro, una escritora de Buenos Aires que se maneja con soltura en el humor negro y la ironía, trazando finas líneas entre lo gracioso y lo grotesco, consiguiendo sonrisas incómodas por parte del lector. "Tuya" fue su carta de presentación, un thriller ácido que le encantaría al mismísimo Hitchcock. 

El diario estaba doblado al lado de su taza, pero no lo abrió. "Mala señal, ya empieza a hacer burradas", pensé. Ernesto nunca sale de casa sin leer el diario. Y el punto número uno del decálogo del asesino perfecto es ser fiel a sus rutinas diarias. Si no, es como estar llamando la atención a la policía. "Eh, chicos, miren, acá estoy yo, con la vista perdida, la cara desencajada, el café chorreado porque no le emboco a la boca, ¿no les parece que debo esta metido en algo extraño?"

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- El jazz es un gran negocio para los blancos y no te puedes mover sin ellos. Somos hormigas obreras. Ellos tienen las revistas, las agencias, las casas de discos y todos los locales que ofrecen jazz. Si no te vendes a ellos e intentas luchar, no te contratan y dan una mala imagen de ti con esa publicidad mentirosa. 
- ¿Vendernos, Fats? ¿A quién te refieres? (...)
- Mingus, eres un buen chico de California, no quiero desilusionarte. (...) Aprendí algo mejor que intentar triunfar solo con mi música en esas calles sucias llenas de gángsters, porque todavía me gusta más la música que el dinero. Se supone que el jazz no da millones a nadie, pero de eso es de lo que va la cosa. El dinero se lo embolsan los que no lo merecen, pero los más puros están en la calle conmigo y con Bird y nos llueve encima, tío. Me iba mejor cuando nadie más que los músicos nos conocía. Puedes estar seguro de que el jazz deja de serlo cuando el hampa se adueña de todo y lo maneja estrictamente por los beneficios e incluso deja fuera a los agentes de color. 

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Caminé hasta el hotel. Pasé caminando frente a la puerta y me metí. El empleado me dijo que no aceptaban mujeres solas. Le contesté que quería masturbarme. "No, lo lamento", me respondió un señor con granos. Salí. Miré a un lado y a otro como buscando alguien con quien entrar. Era una locura. Lo descarté inmediatamente. A veces uno pierde el rumbo y es capaz de pensar cualquier cosa. 

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