LITERATURA / Miles Davis

MILES DAVIS
La autobiografía

Como previendo su final, justo dos años antes de su muerte, Miles Davis se abrió en cuerpo y alma para su autobiografía, un documento de incalculable valor dado lo hermético y arisco que fue siempre con la prensa. Con lengua viperina habla sin filtros sobre ídolos de su juventud como Charlie Parker o Dizzy, sobre su ascenso en la industria (y el racismo imperante en la misma), su relación con otros músicos, las mujeres que pasaron por su vida y de las drogas. 



Estaba fuera del club, en la esquina, cuando oí una voz a mi espalda que decía "¡Hey, Miles! ¡Me han contado que andas buscándome!". 
Giré en redondo y allí estaba Bird, con peor aspecto que un hijoputa. Vestía un traje arrugado y lleno de bultos, con el cual parecía haber dormido muchas noches. Tenía la cara hinchada y los ojos hundidos y enrojecidos. Pero estaba sereno, con aquella sofisticación de que sabía envolverse incluso cuando estaba bebido o flipado. Además, tenía aquel aplomo que tienen todas las personas cuando saben que su arte o su oficio son buenos. (...)
Le conté lo duro que había sido encontrarle y él se limitó a sonreír (...) Entró conmigo en el Heatwave, donde todos le saludaron como si fuera el rey, cosa que era. Y como yo estaba con él y me pasaba un brazo por encima del hombro, me trataron también con el mayor respeto. Aquella primera noche no toqué. Sólo escuché. Y me dejó maravillado, tío, la forma en que Bird cambiaba en el momento en que se llevaba el instrumento a la boca. Mierda, pasaba de estar como hundido y ausente a que todo el poder y la belleza que llevaba dentro irradiasen de él. Fue asombrosa la transformación que tuvo lugar en cuando empezó a tocar. Tenía entonces veinticuatro años, pero cuando no tocaba parecía mucho más viejo (...). Y toda su apariencia cambiaba tan pronto se llevaba su instrumento a los labios. Podía tocar como un hijoputa incluso cuando casi se caía de borracho o cabeceaba amodorrado por la heroína. Bird era un ser aparte. 

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Una vez le dejé en mi apartamento para ir a la escuela, y cuando volví a casa el hijoputa había empeñado mi maleta y estaba sentado en el suelo, cabeceando, después de haberse pinchado. En otra ocasión empeñó su traje para comprar un poco de heroína y se puso uno que era mío para ir al Three Deuces. Pero yo era más bajo que él, así que Bird subió al estrado con una chaqueta cuyas mangas terminaban diez centímetros más arriba de sus muñecas y unos pantalones que terminaban diez centímetros por encima de sus tobillos. Aquel traje era entonces el único que yo tenía, de manera que la broma me obligó a quedarme en mi apartamento hasta que él desempeñó el suyo y me lo devolvió. Macho, el tío fue capaz de pasearse con aquella facha un día entero con tal de agenciarse algo de heroína. Sin embargo, oí contar que por la noche había actuado como si vistiera un esmoquin a medida. Por eso le querían todos y aguantaban sus cabronadas. Era el saxo alto más extraordinario que jamás ha existido. En resumen, así era él: un músico grandioso, un genio y al propio tiempo el más artero y ávido hijoputa que el mundo ha conocido, o por lo menos que he conocido yo. Un tipo importante, cómo no. 
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Sin embargo, quien me introdujo en la heroína, también mientras estaba en la banda, fue Gene Ammons, su saxofonista. Recuerdo cuándo esnifé cocaina por primera vez. No sabía lo que era, tío. Todo, de pronto, me pareció más brillante, y noté un súbito chorro de energía. La primera vez que usé heroína, quedé inconsciente y no me enteré de lo que pasaba. Macho, era una sensación fuera de lo común. Me sentí completamente relajado. Circulaba entonces la idea de que tomar heroína podía hacerte tocar tan bien como Bird. Muchos músicos la tomaban con este propósito. Supongo que yo estaba esperando que su talento me iluminase, no sé. Pero meterme en aquella mierda fue un error muy grave. 

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Cuando regresé a Nueva York, la Calle estaba de nuevo abierta. Haber vivido la experiencia de la Calle 52 entre 1945 y 1949 era como leer un libro de texto sobre el futuro de la música. En un club tenías a Coleman Hawkins y Hank Jones. Tenías a Art Tatum, Tiny Grimes, Red Allen, Dizzy, Bird, Bud Powell, Monk, todos allí, en aquella calle única, frecuentemente la misma noche. Podías ir adonde quisieras y escuchar todas las grandes paridas. Resultaba increíble. 
Pero la calle 52, en su apogeo, era un mundo aparte. Estaba atestada de público y los clubs no eran de dimensiones mayores que la sala de estar de un apartamento. Pequeños y repletos de gente. Se encontraban uno junto al otro y, a través de la calle, uno frente al otro. El Three Deuces frente al Onyx, y en el lado contrario, allí mismo, había un club de Dixieland. Macho, entrar en el local era como viajar a Tupelo, Mississippi: lleno de blancos racistas. 

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(...) muchos músicos blancos como Stan Getz, Chet Baker y Dave Brubeck (en quienes mis grabaciones han influido) grababan ahora para los principales sellos. Al tipo de música que tocaban lo llamaban cool jazz. Se suponía que era, según sospecho, una especie de alternativa al bebop, a la música negra o al hot jazz, que para los blancos significaba jazz negro. Pero era la misma y vieja historia: lo negro destripado una y otra vez. 

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Gran número de actores famosos acudía a oírme cuando tocaba. Marlon Brando venía cada noche al Birdland a escuchar la música y ponerle ojitos tiernos a Frances. Le recuerdo sentado a su mesa toda la noche, hablando con ella y sonriendo como un colegial mientras yo tocaba en el estrado. Ava Gardner era cliente habitual del Birdland, y también venían Elisabeth Taylor y Richard Burton. Paul Newman frecuentaba mucho el Birdland, no sólo para escuchar sino para estudiar mi actitud con vistas a una película sobre músicos que estaba haciendo titulada "Paris Blues". 

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Las cosas cambiaban en este país y, al parecer, muy deprisa. También la música se estaba transformando mucho en 1964. 
No pocas personas empezaban a decir que el jazz había muerto. Culpaban de ello a la esotérica free thing que músicos como Archie Shepp, Albert Ayler y Cecil Taylor tocaban y al hecho de que aquello no tenía línea melódico, no era lírico y no podías tararearlo. (...)
En lugar de jazz, muchísima gente escuchaba música rock: los Beatles, Elvis Presley, Little Richard, Chuck Berry, Jerry Lee Lewis, Bob Dylan; y el sonido Motown era la nueva moda: Stevie Wonder, Smokey Robinson, las Supremes. James Brown comenzaba también a ponerse al rojo. En mi opinión, parte del apoyo a la free thing entre buen número de los críticos musicales blancos era intencionada, porque muchos de ellos pensaban que los personajes como yo éramos ya demasiado populares y, especialmente, demasiado poderosos en el negocio de la música. Necesitaban encontrar una manera de cortarnos las alas. 

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