LITERATURA / Javier Tomeo

JAVIER TOMEO
El crimen del cine Oriente



El director Pedro Costa un día llamó a Javier Tomeo (1932, Quincena, Huesca) para que le escribiese el guion de su próxima película. Lo que le salió no fue un guion, sino una novela: "Asesinato en el cine Oriente". Una novela en la que dos balas perdidas -un alcohólico sexualmente frustrado y una prostituta que acaba de dejar el negocio- se encuentran por casualidad en un cine y la cosa acaba como el rosario de la Aurora. 


- Déjate de mariconadas –me pidió, apartándome la mano.
Se estaba haciendo tarde y ninguno de los dos tenía ganas de dormir. La verdad es que hay noches en que los hombres y las mujeres, más que dormir, lo que necesitan es estar tumbados boca arriba, uno junto al otro, contemplando el mismo trozo de cielo. En aquel cuarto no había cielo, sólo un techo con la pintura desconchada y una bombilla colgando del cordón, pero para el caso era lo mismo porque lo que más importa en esos momentos es que el hombre y la mujer miren en la misma dirección y dejen que sus pensamientos vayan por donde quieran. 

.........

Me enseñó una foto del novio que llevaba en el billetero y enseguida me di cuenta de que era un fulano que yo me había follado por lo menos cinco o seis veces. (…)
- Parece un tipo muy marchoso –le dije, disimulando. 

.........

(...) de pronto, sin saber por qué, me entraron ganas de ver las fotografías del álbum. (...) me puse a repasar una vez más las fotos de la familia, que cada día se volvían más amarillas. 
Aquella noche, sin embargo, estaba un poco trompa y se me ocurrió que podía hacer a la gente de mi familia algunas preguntas. Se las hice, además, en voz alta, como si de verdad pudiesen escucharme. A mi hermana difunta, por ejemplo, le pregunté por qué tenía aquella cara de mala leche. 
- No está bien -le dije- que las chicas de tu edad pongan esa cara. 
La pobre, claro, no me respondió y continuó mirándome desde el fondo de la fotografía con sus trenzas mal hechas y una mirada negra como el carbón. (...)
Ninguno de ellos dijo ni mu, aunque seguramente conocían las respuestas, pero fue mejor que no respondiesen, porque si lo hubiesen hecho me hubieran dado un susto de muerte. La gente no se hace fotografías para poder hablar luego con los demás (...) se hacen fotografías para que los que aún estamos vivos podamos poner en sus labios las mismas palabras que nos hubiese gustado escuchar cuando ellos estaban a nuestro lado. 

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