CRÓNICA CONCIERTOS / Alberto & García
Pertenecientes a esa estirpe de bandas de culto que nunca tendrán el reconocimiento que se merecen en nuestro país, Alberto & García no aparecen en los algoritmos programados por las radiofórmulas comerciales que nos bombardean con cuatro acordes, ni tampoco en el catálogo de favoritos impuestos por estas a los/as oyentes acomodados/as.
A&G van mucho más lejos, al igual que el público que acude a sus conciertos, como el de ayer, el primero en su tierra en el que presentaban su nuevo trabajo, “Barro”, con el respaldo de Vibra Mahou.
Se hicieron de rogar, pues pasaban quince minutos de las 21:00 cuando desde bambalinas empezó a sonar un raspador y el (ahora) quinteto subía al escenario cual procesión, y no queriendo perder mucho más tiempo, bastó que se uniese la batería de Dámaso García para que en medio minuto las caderas del personal empezasen a menearse al ritmo de “Reina de la selva”, encargada de abrir el show.
Con la segunda ya entraron en materia nueva, interpretando del tirón (y por el mismo orden en el que aparecen en el plástico) las seis primeras del nuevo disco: “Camaleón”, “La capital”, “Meteorito”, “Trece”, “Pantano” y “Champán”.
De ahí al final fueron encadenando nuevas y viejas a su gusto, todas ellas sonando deliciosamente bien, como si no pasasen años entre unas y otras: desde la preciosa “La herida” (una debilidad personal) a “Pañuelito blanco”; de “Gengis Kan” (muy Antón García Abril) al cover “Piensa en mí” de Luz Casal (pasado por un filtro bluesy); desde “C’Est Fini” a “Tonada en el bosque” (dos delicatessen a fuego lento para despedirse de cara a los bises).
Las otres tres de propina fueron con intención clara: “Avalancha”, “Río bravo” y como cierre, “Calavera” (asturianos haciendo cumbias).
Todo suena bien y a un volumen agradable, teniendo cada instrumento su espacio, sin imponerse unos sobre otros, como debe de sonar una banda, dejando de lago los egos y poniendo el talento al servicio del conjunto.
La música de A&G es adictiva y juguetona, ecléctica (hay pasodobles o cumbias; boleros o rancheras) y cálida, la BSO ideal para esta transición entre estaciones, recordándonos tanto la temporada estival (y sus fiestas de prau) que ya dejamos atrás como la primavera que arranca al otro lado del charco en Latinoamérica, dónde gracias a ellos podemos pasearnos por México o Argentina sin sufrir jet lag ni necesidad de facturar equipaje.
En sus shows estamos invitados a (parafraseando el título de su último LP) revolcarnos en el barro con la gracia de los perretes -los que ilustran la preciosa carátula- y sonreír como niños que acaban de ser pillados en plena trastada. Y eso, viendo lo podrido que está el mundo ahí fuera, es un lujo.
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