LITERATURA / Augusto Roa Bastos
AUGUSTO ROA BASTOS
Yo El Supremo
Hay que tener cuidado con las recomendaciones. El que te recomienda un libro lo hace con toda buena intención, pero hay veces que no se da en la diana. Y eso que "Yo El Supremo" es una de las mejores novelas de la narrativa hispanoamericana, algo imposible de discutir a medida que uno va leyendo párrafos memorables. Esta obra apareció en 1974, año en el que el autor se encontraba exiliado en Buenos Aires debido a otra dictadura Paraguaya. No me avergüenza pues, decir que este libro me ha quedado grande, y que quizás no era el momento adecuado para afrontar su lectura. Eso sí, será una chocolatina deliciosa para los amantes de la novela histórica.
Puede que no dispongan de un cabo de lápiz, de un trozo de carbonilla. Pueden no tener luz ni aire. Tienen memoria. Memoria igual que la tuya. Memoria de cucaracha de archivo, trescientos millones de años más vieja que el homo sapiens. Memoria del pez, de la rana, del loro limpiándose siempre el pico del mismo lado. (...) ¿Puede certificar de memorioso al gato escaldado que huye hasta del agua fría? No, sino que es un gato miedoso. La escaldadura le ha entrado en la memoria. La memoria no recuerda el miedo. Se ha transformado en miedo ella misma.
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Las formas desaparecen, las palabras queman, para significar lo imposible. Ninguna historia puede ser contada. Ninguna historia que valga la pena ser contada. Mas el verdadero lenguaje no nació todavía. Los animales se comunican entre ellos, sin palabras, mejor que nosotros, ufanos de haberlas inventado con la materia prima de lo quimérico. Sin fundamente. Ninguna relación con la vida.
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(...) El espectáculo era de sorprendente novedad para mí, a causa de la pobre vieja. En consecuencia, abandoné la habitación; le envíe sus sirvientes diciéndoles que su ama estaba seriamente enferma; y después de oír que todo había pasado, me metí en cama, no sabiendo si compadecer o sonreír de la tierna pasión que un joven de veinte años había despertado en una dama de ochenta y cuatro. Espero que no se atribuya a vanidad el relato de esta aventura amorosa. Lo hago sencillamente como ejemplo de las bien conocidas aberraciones del más ardiente y caprichoso de todos los dioses, Cupido.
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Nunca he amado a nadie, lo recordaría. Algún residuo habría quedado de ello en mi memoria. Salvo en sueños, y entonces eran animales. Animales de sueño, de trasmundo. Figuras humanas de una perfección indescriptible. Sobre todo esa criatura que las cifrada todas. Visión-mujer. Astro-hembra. .Cometa-errante. Ser extramundano de ojos azules. Blancura resplandeciente. Larguísima cabellera de oro, emergiendo de entre los vapores del horizonte, barriendo, cubriendo a fantástica velocidad todo el arco del hemisferio equinoccial.
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