LITERATURA / Gabriel García Márquez

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Memoria De Mis Putas Tristes


"Memoria De Mis Putas Tristes" pasará a la historia por ser la última novela que le dio tiempo a escribir al Premio Nobel Gabriel García Márquez, quien nos dejó el 6 de marzo del 2014 a los 87 años de edad. Quizás por el mero hecho de no esperarme gran cosa la disfruté más que otras. 

No parecía la misma. Había sido la mamasanta más discreta y por lo mismo la más conocida. Una mujer de gran tamaño que queríamos coronar como sargenta de bombones, tanto por la corpulencia como por la eficacia para apagar las candelas de la parroquia. Pero la soledad le había disminuido el cuerpo, le había avellanado la piel y afilado la voz con tanto ingenio que parecía una niña vieja. (...) Sólo le quedaban vivos los ojos diáfanos y crueles, y por ellos me di cuenta de que no había cambiado de índole. 

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Tratando de no despertarla me senté desnudo en la cama con la vista ya acostumbrada a los engaños de la luz roja, y la revisé palmo a palmo. Deslicé la yema del índice a lo largo de su cerviz empapada y toda ella se estremeció por dentro como un acorde de arpa, se volteó hacia mía con un gruñido y me envolvió en el clima de su aliento ácido. 

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Me mandaba recados con amigas comunes, esquelas provocadoras, amenazas brutales, mientras se esparcía la voz de que estábamos locos de amor el uno por el otro sin que nos hubiéramos cruzado palabra. Fue imposible resistir. Tenía unos ojos de gata cimarrona, un cuerpo tan provocador con ropa como sin ella, y una cabellera frondosa de oro alborotado cuyo tufo de mujer me hacía llorar de radia en la almohada. Sabía que nunca llegaría a ser amor, pero la atracción satánica que ejercía sobre mí era tan ardorosa que intentaba aliviarme con cuanta guaricha de ojos verdes me encontraba al paso. 

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Siempre había entendido que morirse de amor no era más que una licencia poética. Aquella tarde, de regreso a casa otra vez sin el gato y sin ella, comprobé que no sólo era posible morirse, sino que yo mismo, viejo y sin nadie, estaba muriéndome de amor. Pero también me di cuenta de que era válida la verdad contraria: no habría cambiado por nada del mundo las delicias de mi pesadumbre. 


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