BASADO EN HECHOS REALES / 4 Años De Distancia
Basado en hechos reales. O no. Porque muchas veces la imaginación hace el resto y probamos con una realidad paralela, por el "y que pasaría si...". Situaciones cotidianas que se cruzan con la ficción.
4 AÑOS DE DISTANCIA
A lo lejos, los contornos de las
casas se realzaban gracias a una brillante luz amarilla. También sus tejados
naranjas. Amarillo sobre naranja. Fuego sobre fuego. Desde arriba, el mar
parecía totalmente en calma, con las lanchas meciéndose en un apacible vaivén.
Algunas gaviotas de apetito insaciable demandaban inquietas a los bares del
puerto algo que consiguiese saciar su gula. Una nana parecía sonar antes de que
Lorenzo se escondiese finalmente tras las montañas.
Es hora punta en el mirador.
Parejas de enamorados buscan la instantánea perfecta para compartir en las
redes sociales: arrumacos de cara a la galería, puro exhibicionismo impostado. Pero
él tenía otra postal en la cabeza. Y la observa embelesado, sabedor de que ese
momento es de los que quedan grabados en la memoria: apoyada en la barandilla, una silueta conocida, que ajena al
bullicio, disfruta del atardecer astur, de la brisa del
mar, del aroma del Cantábrico. Ahí estaba, tan cerca, y a la vez tan
lejos. Como a 4 años de distancia.
Le hubiese gustado saber en qué
estaba pensando. Los años parecían haberle sentado bien. Al menos bastante
mejor que a él, que cada vez que se ponía enfrente de un espejo veía el reflejo
de alguien desgastado por las noches de desenfreno acumuladas.
Una vez confesó que, en aquel
preciso instante, le hubiese gustado abrazarla, acercarse sigilosamente por
detrás y rodearle la cintura con sus brazos. Olerle el pelo, y besarle
suavemente el cuello. Le hubiese gustado sentir el calor de su cuerpo, y como
se le tensaban los músculos al tiempo que se le encendían las mejillas. Le
hubiese gustado arrancarle una sonrisa cómplice. O un beso. No pedía mucho. Serían solamente unos
minutos. Pero esos minutos ya no le pertenecían.
Al girarse, ella le sorprendió mirándola, y le dedicó su
mejor sonrisa mediterránea. “Qué bonito” dijo. A lo que él, intentando contener
unas emociones que caían a peso de plomo, contestó “Ya te lo dije”.
Se marcharon caminando despacio por las calles empedradas. Sin
prisa. Compartiendo recuerdos. Compartiendo silencios. Prolongando una despedida
inevitable.
Al llegar a casa cerró la puerta con un suspiro. Abrió el
libro y escribió hasta la última página. Le costó pasarla. Pesaba demasiado.
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