LITERATURA / Ray Loriga


RAY LORIGA
Ya Sólo Habla De Amor



El New York Times se vino muy arriba cuando dijo eso de "es la estrella del Rock de las letras europeas". Lo cierto es que Ray Loriga cosecha unas criticas excelentes pero también mucho lector al que se le atraganta. Y es que "Ya Sólo Habla De Amor" (novela sobre el fracaso sentimental de un cuarentón en plena crisis existencial y anclado en su propio pasado) transcurre sin que pasen realmente muchas cosas, pero se van sucediendo ideas y metáforas maravillosas que consiguen mantenerte atrapado. Y ahí es precisamente donde está la firma de este autor de prosa tan original. 

Por eso al ver a Mónica bailar, a pesar de él, y en cambio muy cerca de él, en los salones de la Embajada suiza, dio su vida por terminada.
Si un hombre no es capaz de bailar con la mujer que ama, con la mujer que, al menos intuye que ama, o a la que quiere y debe amar en cualquier caso, por más que no pueda amarla, es que sus días carecen ya de sentido y no hay por qué pedir más pruebas, una vez se confirma que la muerte que se imaginó en la infancia, lejana e imposible, se aproxima galopando. 
.........

- Ya sabes mi opinión, ninguna de las dos eran buenas....
- No es verdad y lo sabes, eran dos chicas estupendas.
- Buenas en general y para otros, pero no para mi hermanito, y a mí sólo me preocupa mi hermanito. Tu problema, querido, es que te imaginas que las mujeres son lo que te imaginas que son y no ves lo que son. 
- ¿Y qué son?
- Tractores, mi vida, tractores, mira los surcos que dejan. Mientras tú lloras ellas ya le están haciendo llorar a otro. Y hacen bien, y tú tendrías que hacer lo mismo. 

.........

Y quién no ha jugado alguna vez a eso. Hasta Jesucristo deseó por un instante que su nombre sonase por delante del de Barrabás, pero quedó segundo en ese cruel concurso, y primero en la cruz. No hay nadie, con seguridad, caminando hoy sobre la faz de la Tierra que no haya pensado, al menos una vez, que todo el mundo, cualquiera, es feliz menos él. De eso, precisamente, están hechas las calles los días de lluvia. 

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Y para eso a escogido a Mónica entre todas las mujeres, para morir amando, y por eso era incapaz de verla, de entrar en su portal, de besarla, de acostarse con ella, de llevarla a una fiesta cogida de la mano, porque lo contrario no es morir amando, lo contrario es amar como ama todo el mundo, entrar, besar, follar, mentir. ¡Ni siquiera lo llaman amor!, pensó en voz alta. ¡Lo llaman relaciones! ¡Pues bien, que se relacionen entre ellos y me dejen a mí en paz!

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Volvería a querer, de eso no le quedaba ya ninguna duda, y tal vez (seguramente en realidad, para qué engañarse más), volvería a querer lo que ya había querido. Y hasta puede que se presentase la misma mujer, u otra muy parecida, con un vestido distinto, más largo, más corto, más alegre, más serio, más sensato, e incluso tratase de engañarle con un nuevo peinado, pero sería la misma. Una sola mujer y un solo vestido. Una verdad recordada, en lugar de una mentira repetida. Sólo ella, y nada extraño. Su cabello en la almohada abandonado como una fortuna dilapidad, y un Dios mejor para una vida distinta, las venas azules de sus pies, su olor, tan diferente al resto de los olores del mundo, la casa de empeño cerrada y nada más que dar, y mirarla para siempre mientras duerme. Su tiempo detenido y entregado. Nada de lo que ella o él dijeron, pero todo lo que fue, y un segundo al lado de la mujer amada, que dura todavía. 

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