CRÓNICA CONCIERTOS / Blues & Routes
BLUES & ROUTES
Fantasio (Navia)
Sábado 7 de marzo de 2020
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TEXTO y FOTOS: Jonathan Pérez del Río
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El Blues es un estilo que se toca como se vive. Por ello nadie podrá interpretarlo como lo interpretaron en su día los esclavos negros del sur en Estados Unidos. Ni nadie podrá sentir el poder que sentía Mckinley Morganfield (acá conocido como Muddy Waters) cada vez que enchufaba su guitarra eléctrica y electrificaba de paso el Blues en Chicago.
¿Había algo más poderoso para un jornalero que trabajaba de sol a sol por un mendrugo de pan que enchufar una guitarra y tenerlo todo? Tipos como Muddy, Howlin´Wolf, Willie Dixon o Little Walter, que lo vivieron en sus carnes, tenían un magnetismo único cuando lucían trajes caros o conducían Cadillacs bajo el amparo del sello Chess.
Blues & Routes (Ángel Lanza -voz, guitarras y armónica-, Ludwig Molina -batería-, Jorge Carbajales -bajo eléctrico-, y Guzmán Lanza -guitarra eléctrica-) conocen de sobra la historia, y ni mucho menos pretender imitar a los que en su día abrieron el camino. Simplemente pretenden compartir con todo aquel que quiera escucharlos su pasión por el género, y de paso compartir un pedazo de historia de la música popular.
Un travesía especial que nos llevó por la Route 61 o por la Route 66, y que arrancó con Ángel Lanza saliendo solo a escena, tirando de bottleneck e invocando el espíritu endemoniado de Robert Johnson.
Luego se uniría el resto de la banda para regalarlos momentos deliciosos de verdad. Cómo cuando Ángel y Guzmán (padre e hijo) se enfrascaron en un dialogo entre armónica y guitarra, mientras la base rítmica formada por Ludwig y Jorge hacía de metrónomo. Si lo disfrutaba el público, ellos lo disfrutaban más. Prueba de ello fue la sonrisa etrusca que el cuarteto mostró durante todo el show.
Se sudó, pero está claro que el Fantasio tiene unas condiciones excelentes para acoger conciertos del estilo y aquello estaba sonando a gloria. El público estaba tan conectado que, cuando los músicos bajaban por completo las revoluciones (hasta el punto de que Ludwig se viese obligado cambiar en medio de la canción las baquetas por las escobillas para hacer el mínimo ruido posible), solo se escuchaban las respiraciones entrecortadas, alguna alarma intrusa de reloj o alguna tos furtiva.
Ángel Lanza, que se sube a un escenario muy de vez en cuando, pero que tiene un dominio del mismo tan interiorizado que parece que está tocando en el salón de su casa, reconoció lo especial de la ocasión, y con "Sweet Home Chicago" (la última), ya no pudo más, se levantó de la silla, pidió unas palmas de acompañamiento a los presentes, a los músicos silencio, y arremetió con su armónica, antes de que la banda entrase en otra explosión de frenesí.
Al Blues, igual que le ocurre al Jazz, la noche y las sombras le sientan especialmente bien, y la iluminación tenue, de azul eléctrico, a pesar de ser una pesadilla para los fotógrafos, creó la atmósfera perfecta para ambientar, junto a las icónicas imágenes que desfilaban por el proyector, una velada fantástica. Una auténtica delicia.
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