LITERATURA / Fiódor Dostoyevski

FIÓDOR DOSTOIEVSKI
Los Hermanos Kazamarov


Virginia Woolf dijo "Aparte de Shakespeare, no hay lectura más emocionante que Dostoievski"; Sigmund Freud aclamó "Los Hermanos Karamázov" como uno de los logros supremos de la literatura universal; y Albert Einstein añadió "Aprendí más de Dostoievski que de cualquier otro pensador científico". Basten estos ejemplos para comprender la magnitud de las obras de Fiódor Dostoyevski. ¿Fácil de leer? Desde luego que no. Pero tampoco lo era El Quijote ¿no?

"Quiero vivir para la inmortalidad y no estoy dispuesto a aceptar ninguna transacción". Del mismo modo, si hubiera decidido que no existía ni Dios ni la inmortalidad, se habría convertido en un convencido ateo y socialista. Ya que el socialismo no consiste únicamente en una cuestión referente al trabajo, sino que es ante todo un cuestión atea. Es la forma que toma el ateísmo en la época actual, es la Torre de Babel sin Dios, construida no para subir de la tierra al cielo, sino para poner el cielo en la tierra. 
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Todo el mundo es un enigma. Y cuando muestro mi abyección, sumido en mi vileza (cosa que continuamente me pasa), siempre leo este poema sobre Ceres y el hombre. ¿Ha servido para regenerarme? ¡No! Porque soy un Karamazov. Porque me arrojo en el abismo de cabeza, con los pies en alto, y en esta indigna actitud aun me enorgullezco de mí mismo. En lo más profundo de mi degradación entono un himno de alabanza. Dejad que sea maldito, que sea vil e indigno, pero permitidme que pueda besar la orla del manto de Dios. Aunque quizás siga al diablo, soy tu hijo, Señor; te amo y siento la alegría sin la que el mundo no puede subsistir. 

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Otelo era incapaz de aceptar la infidelidad -no incapaz de perdonarla, sino de aceptarla- porque su alma era tan inocente y libre de malicio como la de un niño de pecho. No sucede así con el hombre realmente celoso. Es difícil imaginarse cuántas son las cosas que puede concebir un celoso y cuántas las que puede perdonar. El celoso es el hombre más pronto a perdonar. Todas las mujeres lo saben. El celoso lo perdona todo con increíble rapidez, aunque no sin haber dado una escena violenta; es capaz de perdonar una infidelidad casi demostrada, los besos y abrazos que ha visto con sus propios ojos, mientras pueda convencerse que todo ha sucedido "por última vez", y que ya no aparecerá más su rival, que marchará al punto más lejano de la tierra o bien que él se irá con la mujer amada a alguna parte a la que jamás se acercará el rival temido. Naturalmente, la reconciliación no dura más que una hora. Porque aunque sea cierto que aquel rival desaparecerá al día siguiente, pronto inventará oto de quien sentirá celos. Uno puede preguntarse qué existe de verdadero en un amor que necesita tanta vigilancia, qué valor puede tener un afecto que ha de menester tan esforzado guardián. Pero esto no lo comprende el celoso. Y no obstante, no deja de ser cierto que existen entre ellos nobles corazones. Es digno de observar, además, que cuando estos nobles corazones están escondidos en algún armario, mirando y escuchando, no sienten ningún remordimiento, aunque conciban claramente el abismo de indignidad en que se han precipitado voluntariamente. 


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¡Ciega raza de los hombres, que no saben comprender las cosas! En cuanto todos los hombres nieguen a Dios -y yo creo que llegará este periodo, igual que han llegado los distintos períodos geológicos-, la antigua concepción del universo caerá por si sola sin necesidad de canibalismo y lo que es más, la moral y todas las demás cosas deberán volver a empezar nuevamente, los hombres se pondrán de acuerdo para tomar de la vida cuanto puede ofrecernos, preocupándose solamente de la alegría y felicidad en este mundo. El hombre se elevará con el orgulloso espíritu de los divino titanes y surgirá el Hombre-Dios. Extendiendo cada vez más y sin limitaciones su dominio sobre la naturaleza mediante la voluntad y la ciencia, sentirá el hombre tan alta alegría que abandonará para siempre sus antiguos sueños sobre la felicidad celestial. Todos comprenderán que son mortales y aceptarán la muerte con dignidad y serenamente, al igual de un dios. Su misma altiva dignidad les enseñará que es inútil lamentarse de que la vida ´solo dure un momento y cada uno amará al prójimo sin necesidad de recompensa. El amor ya se sabrá que es cosa de un momento, pero la conciencia de su fugacidad hará que se intensifique su ímpetu, que ahora se diluye en sueños de perdurabilidad después de las tumbas. 
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El que se miente a sí mismo y escucha sus propias mentiras, llega a no saber lo que hay de verdad en él ni en torno de él, o sea que pierde el respeto a sí mismo y a los demás. Al no respetar a nadie, deja de querer, y para distraer el tedio que produce la falta de cariño y ocuparse en algo, se entrega a las pasiones y a los placeres más bajos. 

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El hombre inventó a Dios. Pero no es eso lo extraño, ni tampoco es prodigioso que Dios existiera realmente; lo extraño es que semejante idea haya podido surgir en el cerebro de un animal tan feroz y maligno como el hombre ya que es una idea tan sagrada, tan conmovedora, tan profundamente sabia y que tanto honra al hombre.

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Para el realista no es la fe lo que nace del milagro, sino el milagro el que nace de su fe. Si el realista adquiere fe, ha de admitir también el milagro, en virtud de su realismo. 




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