LITERATURA / Miguel Delibes

MIGUEL DELIBES
Las Ratas


"En Castilla, nueve meses invierno y tres de infierno". Con "Las Ratas", Miguel Delibes nos lleva a imaginarnos lo que es vivir en un pueblo de la Castilla rural y profunda, rebelde y callada, a través de la visión del Nini, un personaje entrañable e inolvidable. Una de las grandes obras del escritor vallisoletano, osea, palabras mayores. 


La señora Clo, la del Estanco, atribuía al Nini la ciencia infusa, pero doña Resu, o como en el pueblo la decían, el Undécimo Mandamiento, afirmaba que la sabiduría del Nini no podía provenir más que del diablo, puesto que si el hijo de primos es tonto, mayor razón habría para que lo fuera el hijo de hermanos. La señora Clo aducía que el hijo de primos es lelo o espabilado, según, y a esto terciaba el Antoliano afirmando. "Pero, doña Resu, ¿qué es un tonto más que un listo que se pasa?". 
.........

A la séptima noche, tan pronto el niño dio la luz, el Centenario agarró el trapo negro con dos dedos temblones, lo levantó y dijo:
- Ven acá. 
El corazón del Nini latía desacompasadamente. La cara del viejo bajo el trapo era un amasijo sanguinolento socavado en la misma carne y en la parte superior de la nariz, junto a la sien, amarilleaba el hueso. El Centenario rió sordamente y dijo al observar la faz descolorida del muchacho:
- ¿No viste nunca la calavera de un hombre vivo?
- No -convino el niño.
El Centenario volvió a reír quedamente y dijo:
- A todos cuando muertos nos comen los bichos. Pero es igual, hijo. Yo soy tan viejo que los bichos no han tenido paciencia para aguardar. 

.........

- Justo, así que me levanto de la cama, sólo de ver el mundo vacío me dan ganas de devolver. 
El Justito se desazonaba:
- ¿Y Dónde vamos a ir que más valgamos?
A la Columba le blanqueaban mucho los ojos:
- ¡Al infierno!¡Dónde sea! ¿No se fue el Quinciano?
- Valiente ejemplo, el Quinciano, de peón a Bilbao a morirse de hambre. 
- Mejor muerta de hambre en Bilbao que de hartura en este desierto, ya ves. 
Para la Columba, el pueblo era un desierto y la arribada de las abubillas, las golondrinas y los vencejos no alteraba para nada su punto de vista. Tampoco lo alteraban la llegada de las codornices, los rabilargos, los abejarucos, o las torcaces volando en nutridos bandos a dos mil metros de altura. Ni lo alteraban el chasquido frenético del chotacabras, el monótono y penetrante concierto de los grillos en los sembrados, ni el seco ladrido del búho nival. 

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