LITERATURA / Ana Iris Simón

ANA IRIS SIMÓN
Feria


Alberto Olmos dijo sobre "Feria", que era un "testimonio desacomplejado de esas vidas al ras que solo la buena literatura redime y colorea". Ana María Simón se marca una oda salvaje a esa España que ya no existe y que recordamos con cariño aquellos que en su día sí que la vivimos. 


Cuando mi padre les dijo a los guionistas que la Ana Mari era como el universo porque se expandía les dio probablemente la definición más exacta que pueda hacerse de ella, porque cuando la Ana Mari está en algún lugar lo llena todo. Su risa y su acento de ningún sitio (^dice que ella es nómada porque creció de feria en feria, y su dicción y su habla revelan que no miento) y la manera en la que repite en alto las supersticiones de mi abuela María Solo y en que explica con todo detalle cada situación que vive y lo que sintió en cada momento invaden cada esquina, cada hueco, cada grieta sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo. 
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(...) tardé más de veinte años en dejar de avergonzarme de que a la Ana Mari le gustara el flamenco pero también el flamenquito. (...) pero no quería reconocérmelo ni a mí misma porque dónde iba a parar eso a El último de la Fila, que lo escuchaba mi padre y me parecía mucho más digno porque no sonaba a organillo ni a llevar la camisa llena de relejes. Me ocurrió lo mismo con Camela cuando mis amigos lo empezaron a poner en los botellones, que a mí no me salía ponerme a vocear "Cuando zarpa el amor" con el vaso de vodka Knebep del Mercadona en la mano, porque cuando tus padres te llevan al teatro y al Reina Sofía los domingos o cuando simplemente no llevan toda la vida escuchando Camela mientras hacen de sábado es muy fácil apreciar lo que a ti te parece la cultura popular porque tú no perteneces al pueblo, no a ese pueblo, pero cuando te han llamado cueverota porque provienes de un lugar en el que no paran de sonar y sobre todo donde apenas suena otra cosa, pues te hace menos gracia. 
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Los indies de los dos mil fueron a su vez otra farsa, la del grunge de los noventa. Cogieron todo lo malo, esa apariencia como de languidez, como de no tener ganas de nada y de estar al borde del suicidio y de tener un montón de traumas infantiles y de estar como rotitos por dentro y poco o nada de lo bueno. Los indies, esto es, los que pasaron a ser el arquetipo de hombre deseable para las adolescentes de los dos mil y pico, llevaban un luminosos en la frente que anunciaba que eran el mejor ejemplo de lo que El Fary convino en llamar "el hombre blandengue". 

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