LITERATURA / Glenway Wescott


GLENWAY WESCOTT
El halcón peregrino


"Verdaderamente, una obra de arte, de ese tipo que, rara vez se consigue o se intenta conseguir en nuestros días". Así definió Christopher Isherwood "El halcón peregrino", unas de las cimas de Glenway Wescott. Una historia de amor de poco más de cien páginas que se lee de una sentada, y que saborearas con gusto si te gusta ese estilo elegante de Hemingway, Steinbeck o Fitzgerald.

Cuando la suerte se acaba, la vida sigue adelante. La juventud persiste -¡oh, sí!- hasta mucho después que uno ha dejado de ser joven. El amor por la vida permanece indefinidamente, con menos probabilidad de ser amado, menos habilidad de amar, y con el aguijón de la pasión tan acuciante como siempre. El solterón envejecido no es tan distinto de un viejo halcón. 
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Entonces la señora Cullen citó la famosa frase de Buffon sobre los halcones: (...) Solo un halcón como individuo es esclavo; la especie es libre...
Entonces intervino Alex, en un tono elevado para lo que era habitual en ella:
- Bueno, querida, entonces sucede al revés que en la especie humana. Somos esclavos como masa, ¿no es así? Solo el individuo puede aspirar a liberarse a sí mismo. 
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Cuando el amor se vuelve diabólico, pensé, el triángulo es la forma más simple que puede adoptar; una forma que resulta conveniente, si no puede soportarse. Quizás los amantes dignos de compasión son aquellos que no tienen a nadie a quien odiar: aquellos que concentran el objeto y la razón de esas ansias de matar en una misma persona, el ser amado, cuyo asesinato solo puede tener lugar en la imaginación, y, por tanto, nunca les concede el descanso que proporciona ver cumplido el sueño. 

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Pero en la descripción que la señora Cullen hacía de sí misma no parecía haber afectación ni falta de sinceridad. Poseía ese aire de inocencia que suele ser típico de las mujeres adoradas por muchos y atormentadas por uno solo. 
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La aristocracia no tenía nada que ver con ello. Era culpa mía y del combinado de vodka. El alcohol es el gran nivelador. Me dije que ante una buena bebida, el descendiente legítimo de un príncipe se jacta de no serlo, el multimillonario se siente pobre y Tristán habla de Isolda como si fuera su chulo. Mi malicia estaba empezando a ponerse a la altura de la chifladura de mi compañero. 

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La embriaguez imprime una cierta peculiaridad y opacidad propias -un cariz monótono, un aroma extraño, un timbre de voz y una agitación nerviosa característica- sobre todos los rasgos de un hombre, sobre la personalidad que has conocido en estado sobrio. Pero hay en ella un efecto todavía peor: la transparencia y la revelación, como si de repente abriéramos las ventanas o agujereáramos las paredes, y descubriéramos los mecanismos más recónditos de la personalidad. Es una lección de anatomía del alma: contemplas los recovecos de los conductos, los senos y las vejigas que todas ellas tienen en común. Me asaltó el pensamiento enfermizo de que yo mismo no era más que arcilla humana. Creo que solo el arte tiene derecho a hacerte sentir de este modo, y tiendo a detestar a cualquiera que me provoque este tipo de sensaciones en mi vida social. 

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