LITERATURA / Jean Paul Sartre

JEAN PAUL SARTRE
La náusea


El filósofo francés Jean Paul Sartre comenzó a escribir "La Náusea", su primera novela, cuando tenía unas veintiséis primaveras, y seguramente ni él mismo se imaginaba el impacto que acabaría teniendo. Roquentin, el prota, nos narra sus impresiones sobre el mundo absurdo y aburrido que le rodea, y parece que su única motivación en la vida es su esperado encuentro con Anny. Algunos hablan de "revelación mística", y de comparaciones con las plumas de Kafka o Queneau. Que cada uno saque sus propias conclusiones.


En seguida vendrá el estribillo: es lo que más me gusta, sobre todo la manera brusca de arrojarse hacia adelante, como un acantilado contra el mar. Por el momento, suena el jazz; no hay melodía, sólo notas, una miríada de breves sacudidas. No conocen reposo; un orden inflexible las genera y destruye, sin dejarles nunca tiempo para recobrarse, para existir por sí. Corren, se apiñan, me dan al pasar un golpe sexo y se aniquilan. Me gustaría retenerlas, pero sé que si llegara a detener una, sólo quedaría entre mis dedos un sonido canallesco y languideciente. Tengo que aceptar su muerte; hasta debo querer esta muerte; conozco pocas impresiones más ásperas o más fuertes. 
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Unos segundos más y cantará la negra. Parece inevitable, tan fuerte es la necesidad de esta música; nada puede interrumpirla, nada que venga del tiempo donde está varado el mundo; cesará sola, por orden. Esta hermosa voz me gusta sobre todo, no por su amplitud ni por su tristeza, sino porque es el acontecimiento que tantas notas han preparado desde lejos, muriendo para que ella nazca. Y sin embargo, estoy inquieto; (...) Qué extraño, qué conmovedor que esta duración sea tan frágil. Nada puede interrumpirla y todo puede quebrantarla. 
El último acorde se ha aniquilado. En el breve silencio que sigue siento fuertemente que ya está, que algo ha sucedido.
Silencio. 
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Acabo de saber de pronto, sin razón aparente, que me he mentido durante diez años. Las aventuras están en los libros. Y, naturalmente, todo lo que se cuenta en los libros puede suceder de veras, pero no de la misma manera. Era esa manera de suceder lo que me interesaba tanto. 

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(...) se habla mucho del famoso transcurso del tiempo, pero nadie lo ve. Vemos una mujer, pensamos que será vieja, pero no la vemos envejecer. (...)
Se llama así, si mal no recuerdo, a la irreversibilidad del tiempo. (...) ¿Acaso no será siempre irreversible el tiempo? Hay momentos en que uno tiene la impresión de que puede hacer lo que quiere, adelantarse o retroceder, que esto no tiene importancia; (...) y en estos casos se trata de no errar el golpe, porque sería imposible empezar de nuevo. 

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¿Es siquiera posible pensar en alguien en pasado? Mientras nos amamos, no permitimos que el más ínfimo de nuestros instantes, el más leve de nuestros pesares se desprendiera de nosotros y quedara rezagado. Nos lo llevábamos todo, y todo permanecía vivo: los sonidos, los olores, los matices del día, los mismos pensamientos que no nos habíamos dicho, no cesábamos de gozarlos y padecerlos en el presente. Ni un recuerdo; un amor implacable y tórrido, sin sombras, sin perspectivas, sin refugio. Tres años presentes a la vez. Por eso nos separamos; no nos quedaban fuerzas para soportar la carga. Cuando Anny me dejó, los tres años se derrumbaron en el pasado, de un sólo golpe, de una sola pieza. Ni siquiera sufrí; me sentía vacío. (...) Y ahora mis pasado es un enorme agujero. (...) Me parece haber aprendido en los libros todo lo que sé de mi vida. 

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