LITERATURA / Ken Kesey

KEN KESEY
Alguien voló sobre 
el nido del cuco


En 1960 Ken Kesey, estudiante universitario, se ofreció como voluntario para los experimentos sobre drogas psicodélicas que los psiquiatras de un hospital californiano ensayaban para futuros usos terapéuticos. De esta experiencia personal nació "Alguien voló sobre el nido del cuco". novela de culto adaptada con éxito en la gran pantalla, gracias en parte a la interpretación de Jack Nicholson, quien da vida al peculiar e inolvidable Randle McMurphy. La narración puede antojarse complicada en algunas ocasiones, ningún impedimento para disfrutar (y reírse) con esta ida de olla maravillosa. 
Al otro lado de la sala, frente a los Agudos, se encuentran los desechos del Establecimiento, los Crónicos. Estos no están en el hospital para que los recomponga, sino simplemente para evitar que corran por las calles y desprestigien el producto. Los Crónicos no saldrán nunca de aquí, así lo admite el personal. Los Crónicos se subdividen en Ambulantes que, como yo, aún pueden andar solos si se les alimenta, en Rodantes y en Vegetales. En realidad, los Crónicos -o la mayoría de nosotros- son máquinas con fallos sin reparación posible, fallos de origen, o fallos que han ido formándose a lo largo de tantos años de darse con la cabeza contra obstáculos impenetrables hasta que cuando el hospital da con el tipo en cuestión éste sólo es un montón de chatarra abandonada en un erial. 
.........

Una Navidad, al filo de medianoche, cuando estábamos en el antiguo local, la puerta de la galería se abrió violentamente de un empujón y dio paso a un hombre gordo y barbudo, con los ojos enrojecidos por el frío y con la nariz como una cereza. Los negros lo acorralaron en el pasillo con unas linternas. Observé que se había enredado de mala manera con las guirnaldas que había colgado por todas partes el de Relaciones Públicas y que avanzaba a trompicones en la oscuridad. Con una mano se protegía los ojos enrojecidos de la luz de las linternas, mientras se chupaba el bigote. 
- Jo, jo, jo -dijo-. Me gustaría quedarme un rato, pero tengo prisa. Llevo un programa muy apretado, saben. Jo, jo. He de irme...
Los negros avanzaron con sus lamparas. Le obligaron a permanecer seis años aquí antes de darle el alta, bien afeitado y flaco como un palo. 

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Nos había demostrado lo que se podía conseguir con un poco de ánimo y valor, y creíamos que también nos había enseñado a hacer uso de él. Nos pasamos todo el camino de la costa chanceándonos y fingiendo que éramos valientes. Cuando nos deteníamos ante un semáforo y la gente se quedaba mirando nuestros uniformes verdes, hacíamos exactamente lo mismo que él, nos sentábamos muy tiesos, procurando mostrarnos duros, y los mirábamos fijamente con una amplia sonrisa hasta que se les paraba el motor y se les empañaban los cristales y cuando cambiaban las luces aún seguían allí, muy aturdidos al pensar que había tenido a esa feroz pandilla de monos a menos de un metro, y sin ninguna posibilidad de pedir auxilio. McMurphy nos condujo hasta el océano. 

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