LITERATURA / Ken Kesey

JAVIER MARÍAS
Cuando fui mortal

Javier Marías aceptó durante una temporada cuentos por encargo, siguiendo unas directrices que le imponían. Ese fue el germen de "Cuando fui mortal", una colección de doce relatos donde Marías deja su sello inconfundible. Sin ser su mejor obra, quizás sí que sea una buena forma de cogerle el pulso al escritor madrileño. 
Oh sí, en verano las mujeres se asimilan unas a otras más que en invierno y en primavera, y más aún para los europeos si son o parecen americanas, a todas podemos verlas como si fueran la misma, en verano ocurre mucho, algunas noches no distinguimos, lo sé bien, el parecido entre una mujer de carne y hueso con movimiento y una mera fotocopia de comisaría, entre los colores brillantes y el blanco y negro brumos, entre las carcajadas y la parálisis, entre unos dientes luminosos y unas muelas picadas que jamás fueron vistas sino descritas, entre una vestida sin apuros visibles y una desnuda indigente, entre una viva y una muerta, entre un escote veraniego y una boquete en el pecho, entre la lengua suelta y el silencio eterno de los cuarteados labios, entre los ojos abiertos y los ojos cerrados, tan risueños. 
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Los pasos que uno ve posibles a menudo acaba dándolos sin querer solamente porque son posibles y se nos han ocurrido, y así se cometen tantos actos y tantos asesinatos, a veces la idea conduce al hecho como si no pudiera sostenerse y vivir en tanto que idea tan sólo, como si hubiera una clase de posibilidades que no se aguantan y se desvanecen si no son puestas en ejecución al instante, sin que nos demos cuenta de que también así se han desvanecido y han muerto, ya no serán posibilidad sino pasado. 

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Como si supiera que uno no puede hacer nada contra una voluntad afirmativa, cuando la propia es sólo una voluntad que remolonea y niega, la gente se convence de que quiere algo como medio más eficaz para conseguirlo, y esa gente siempre tendrá ventaja frente a los que no saben qué quieren o están enterados sólo de lo que no desean. 

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El murmullo de excitación se tornó silencio repentino, ocultaba un grito ahogado en cien mil gargantas, que no salía: "¡Chuta! ¡Chuta ya, por amor de Dios!", todo sería definitivo con el balón en la red, no antes, había que verlo allí dentro. (...)
Otros dos defensas italianos corrían hacia él como rayos, también el portero recuperado. Era imposible que llegaran a tiempo, Szentkuthy sólo tenía que soltarlo para que cruzara esa línea, pero en el fútbol nada se ve seguro hasta que sucede. No recuerdo un silencio más asfixiado en un estadio. Fue tan sólo un segundo pero no creo que se le haya borrado a ninguno de los espectadores. Marcó la diferencia abismal entre lo inevitable y lo ya no evitado, entre lo que aún es futuro y lo que ya ha pasado, entre el ¨Aún no" y el "Ya está", a cuya transición palpable nos es dado asistir muy pocas veces. 

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