CRÓNICA CONCIERTOS / VeSu 2022
La Fábrica de Armas de Oviedo acogía una nueva edición del VeSu, la tercera, esta vez en condiciones pre-pandémicas casi normales*, algo que no deja de ser motivo de celebración.
*Casi normales, pues el festival emprendió un pequeño experimento: al celebrarse en un recinto del Ministerio de Defensa, y prohibirse cualquier transacción económica relacionada con comida y/o bebida, desde la organización incluyeron en la entrada dos consumiciones por la mañana y otras tres por la tarde: agua/cerveza/sangría. O sea, en el recinto no se podía conseguir ni licores blancos ni comida para el buche.
Nosotros acudimos a la segunda jornada, la del sábado, para cogerle el pulso a este festival por primera vez. Jornada que estaría marcada por la lluvia –orbayu como decimos en Asturies-.
Sin embargo, la lluvia dio una tregua para el concierto programado por Vibra Mahou, el de la sesión vermut, protagonizado por una de las bandas más en forma del indie nacional: Arde Bogotá.
Los de Cartajena suelen ser animales nocturnos, lo que no les impide funcionar igualmente a pleno rendimiento a cualquier hora del día y en cualquier estación del año. Lo que saben hacer lo hacen muy bien, y son ese tipo de banda que conoce sus limitaciones y explota al máximo sus posibilidades. Engrasadísimos (es lo que tiene estar tocando todos los fines de semana) y en plena forma, Arde Bogotá tienen tan un solo disco (y un EP) en el mercado y ya manejan un repertorio de futuros himnos (“Abajo”, “Exoplaneta”, “Cariño”, “Millennial”, “Antiaéreo” o “Virtud y castigo”) que levantan al personal con cada estribillo, con cada riff. Presente y futuro del rock patrio. Les separa un paso de estar en primera división. Muchos chocaron con esa barrera. Veremos si ellos consiguen derribarla.
Se habían vendido todas las entradas para el sábado, pero la Fábrica de Armas no comenzó a llenarse hasta media hora antes del concierto de Los Planetas. Los granadinos fueron indies antes de que el indie fuese indie, y como padrinos de un movimiento que se hizo a sí mismo, su nombre tiene estatus de culto, y parte de su repertorio condiciones de clásicos de nuestra música popular. Hits atemporales como “Un buen día”, “Pesadilla en el parque de atracciones” o “Que puedo hacer” invitan al público –público en su mayoría más cerca de los cuarenta que de los treinta; más pendientes de los ejercicios de nostalgia que de abrirse a las nuevas tendencias- a unirse a un karaoke colectivo.
Nada que reprocharles en cuanto a sonido (sonaron bien: compactos y atmosféricos), pero siguen dejando un poso anodino a los que no son (somos) fans, esos que somos incapaces de conectar con sus canciones, naufragando en una pachorra que consiguió que algunos enfilasen la salida antes de tiempo.
A veces vale más una retirada a tiempo, ya que al día siguiente tocaba la jornada dominical a la hora del vermut, la de clausura. Los más valientes (entre los que ya no nos contábamos) disfrutarían de Shego, Cariño y Yawners, armados, eso sí, otra vez de paraguas, chubasqueros y paciencia ante un mal tiempo capaz de cambiarle la cara (y el ánimo) a cualquier festival.
Ojalá el próximo año tengamos más y mejor, y ya por pedir, sin tanta lluvia y con más alcohol.
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