CRÓNICA CONCIERTOS / Osa do Mar 2023
OSA DO MAR
Puerto / Plaza del Ayto (Burela)
2 - 3 de septiembre de 2022
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TEXTO y FOTOS: Jonathan Pérez del Río
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Llovió sobre mojado en Burela y el agua caló hasta los huesos –pero no detuvo- la 9ª edición del Osa do Mar, la más ambiciosa hasta la fecha del festival organizado por la gente de la Asociación Cultural Fanto Fantini.
Desde el Osa se apuesta por el talento de la zona, así que no es de extrañar que dos guitarristas de la mariña lucense (uno de Viveiro; el otro de San Cibrao) fueran los encargados de abrir el festival. Óscar Fédez y Leo Salinas defendieron sus canciones a caballo entre el folk o el pop fronterizo (y las de otros, como “Ring of Fire” de Cash) contra viento y marea. Que no es poco.
La carretera quiso que me volviese a encontrar con las chicas de Shego tras haberlas visto por primera vez en el Vesu de Oviedo un par de meses atrás. Sus directos son frescos y divertidos, y (¿por qué no decirlo?) espontáneos, como cuando Zahara salió a cantar con ellas “Merichane”.
Una de las sorpresas más agradables de este año fueron Fillas
de Cassandra. De un tiempo a esta parte hay una fuerte tendencia a
mezclar música tradicional con electrónica, dándole un empuje a esa música de
valor histórico, modernizándola, acercándola así a las nuevas generaciones.
Ocurre en el norte (Rodrigo Cuevas) o en el sur (La Plazuela), y las propuestas
son tan eclécticas que resultan inclasificables. Explorando esa senda, María
Soa y Sara Faro picotean tanto en el pop barroco como en el folklore de su
tierra, tanto en el rap como en el spoken Word, y todo sin caer en clichés ni
en burdas imitaciones. Que “II. LISÍSTRATA (varre vasoira)”
es un himno está fuera de toda duda, pero está claro que merecen una escucha
mucho más profunda. A seguirles la pista.
El listón estaba muy alto para Zahara y Martí Perarnau. A
esta extraña pareja le sobra callo, pero en este caso yo no conecté con su
propuesta. En disco, _Juno suenan envolventes, y con altas dosis de sus dos
ingredientes principales (melancolía y electro pop) parecía que nada podía
fallar. Quizás fue cosa mía. El tiempo tampoco ayudó demasiado. No me
quedaré con su actuación del Osa, espero pillarles en una sala dónde apuesto a que serán capaces de crear una atmósfera que les hará justicia.
A Sexy Zebras les sigo la pista desde sus inicios, y les he
podido ver tantas veces y en tantos escenarios diferentes, que conozco de sobra sus diferentes
personalidades. Me flipaba su faceta más gamberra y musculosa (la que vi en la
pequeña sala Memphis de Gijón en la que tocaron con la fuerza de Foo Fighters)
pero entiendo que su crecimiento (no solo a nivel de popularidad sino también a
nivel creativo) les haga plantearse un repertorio más accesible. Pueden rescatar
trallazos como “Búfalo blanco” o “Semental” y bajar las revoluciones y ponerse
ñoños con “Marte”. Han alcanzado el equilibrio perfecto entre provocar un buen
pogo y que el personal saque el móvil para iluminar como si fuesen mecheros.
Encima esta vez sonaron impecables.
Cerrando la jornada del viernes y jugando en casa, los DJs
Grande Osso son una apuesta segura para que la fiesta no decaiga.
El sábado amaneció bien, aunque el parte meteorológico no
augurase una buena jornada. Catuxa Salom salió al escenario con claros y con el
público aún quitándose las legañas. Bien acompañada por Judith Almeida al
contrabajo y Lucía Cortiñas a las percusiones, el trío se fue soltando canción a canción, y a medida que se venían arriba lo hacíamos nosotros. De
adolescente, Catuxa escuchaba a The Offspring. Ahora a Lila Downs o Nicola Cruz.
No es de extrañar que en su actuación entren versiones de Bill Withers (“Ain´t
No Sunshine”) como hits de su cosecha como el pegajoso (“Cundo eu morra”).
Los que me conocen saben que con Stanich pierdo cualquier juicio objetivo. Da igual que no haga ni una sola concesión a su primer
disco (“Camino ácido” sigue conteniendo mis canciones favoritas de su
repertorio) o que caiga el diluvio universal durante su actuación, Ángel
Stanich y su banda (porque Víctor Pescador, Jave Reyjlen, Lete Moreno y Álex
Izquierdo han crecido juntos una bestialidad) consiguen atraparme como si
estuviese escuchando el “Dark Side of the Moon” o el “Animals” de Pink Floyd. Stanich
se muestra parco en palabras entre canción y canción, porque para eso se
prepara a conciencia un speech (hecho
a medida de la tierra que pisa) que es oro puro. Stanich tiene don para
escribir y también para la oratoria. Ese magnetismo cocinado a fuego lento
explica que sus canciones sean coreadas como salmos. Cuando veo a un artista en repetidas
ocasiones en un corto espacio de tiempo, me sucede que cada concierto me divierte menos que el
anterior. Ángel Stanich es el único que consigue que me ocurra todo lo
contrario.
El sábado por la tarde Burela parecía Mordor, y con buen criterio, desde
la organización optaron por un plan B para los conciertos del Barco. Justo
enfrente, la nave de redes ofreció algo de refugio, y aunque no fuese lo mismo,
al menos pudieron salvar los conciertos de Caamaño & Ameixeiras, Batuko
Tabanka y Bala, que junto a la activista y poeta Lua Mosquetera dieron un bolo
empañado por el mal sonido. Anxela Baltar y Violeta Mosquera son puro
fuego sobre un escenario, pero en esta ocasión el experimento no salió como
nadie se esperaba.
Las nubes dieron una pequeña tregua para los primeros
concierto de la noche. Como es tradición en el Osa, se hacen apuestas sobre qué artista
del cartel será el próximo en petarlo. Huelga decir que muchas papeletas
parecen asignadas a La Paloma. Están en todas partes (sin ir más lejos, les he
visto 3 veces en 3 festivales diferentes en 3 meses) y el boca oreja les está
poniendo en el mapa con toda justicia. Su música nos recuerda casi siempre a
movimientos de hace décadas (el Punk, la Movida madrileña, el Noise), y sin
embargo, aparecen como la gran esperanza del sonido de guitarras en nuestro
país. No sé decir el qué, pero tienen algo que engancha, que hace que suenen más
creíbles y más auténticos que otras bandas que están haciendo algo similar. Sus
letras no engañan a nadie (“Me gusta pensar que vosotros también fracasáis,
igual o más que yo / Quiero pensar que a veces lo veis todo igual de jodido que
lo veo yo”). Sus directos, tampoco.
Puede que me tire a la piscina si digo que en ningún otro
concierto en la historia del Osa do Mar hubo más gente que con Xoel López. El
de Coruña es toda una institución en Galicia, y sus conciertos son, gusten más
o menos (un colega me había dicho antes del concierto que le parecía un
auténtico coñazo), de una calidad incuestionable. Con un sonido impecable
(toda la amalgama de instrumentos sonaba a niveles perfectos) y arropado por
una banda que sería la envidia de cualquier frontman
del país, Xoel consigue elevarse sin apenas esfuerzos. Tengo la impresión de
que nunca se le reconocerá como lo gran vocalista que es, capaz de adaptarse a
casi cualquier registro. Nos emocionó escucharle cantando “Lodo” para ponernos
a todos a bailar con una versión de Juan Luis Guerra (“Ojalá que llueva café en
el campo”) o la explosión de buenas vibraciones que supone “Tigre de Bengala”.
Con Carlangas cayó la noche, y para desgracia de todos, de
nuevo el cielo sobre nuestras cabezas. Las trombas de agua hicieron del
concierto del ex Novedades Carminha una experiencia “épica” como él mismo se
encargó de recalcar en su Instagram.
A pesar de lo mal que lo debieron de pasar los músicos sobre el escenario, su
actuación será de las que quede en nuestro recuerdo, y en el suyo, pues los que
estábamos bailando pingando hasta las cejas lo vivimos como un desfase
catártico. Momentos especiales del Osa en el que todos y todas los/as allí
presentes fuimos un poco Fanto Fantini. Ahora toca pensar en la siguiente
edición, la del décimo aniversario, que apuesto a que será la más especial de
todas.
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