CRÓNICA CONCIERTOS / Benjamin Clementine
Cuando parece que en la música está todo inventado, aparece alguien que rompe con todo lo establecido. La obra de Benjamin Clementine es ciertamente indescifrable, como su estado de ánimo, oculto tras una mirada de hielo. Su música es esquiva y entrar en ella requiere tiempo. Es jazz, experimental y vanguardista; es soul, sofisticado y futurista; es África (sus padres son guineanos) y spoken word. Hay poesía e improvisación.
De niño, en lugar de jugar con sus amigos,
se refugiaba en bibliotecas para leer a William Blake, John Locke o T.S. Eliot.
Indicios del genio en el que acabaría convirtiéndose, en ese músico ambulante que
se fogueó tocando y cantando a capela (como si de un cantante de ópera se tratase)
por las calles de París. Su meteórico ascenso empezó en el momento de ser descubierto por dos productores de música electrónica: Paul McCartney le tildó de genio y acto seguido ganó el Mercury Price.
Manteniendo esos aires de bohemio errabundo, apareció de entre las sombras sigiloso como un gato, pisando el escenario descalzo, y se apoyó en un taburete para tocar de pie con sus 193 centímetros inclinados hacia las teclas. Y como quién no quiere la cosa, como si se pasase por allí y se se pusiese a improvisar con un piano que se acaba de encontrar, arrancó con “Atonement”.
Se le compara con Jacques Brel o Nina Simone.
Lo llamativo es que Benjamin afirma que nunca les escuchó, por lo que su
aprendizaje autodidacta le llevó por su propio camino, a su propia esencia, y cualquier
similitud es fruto de la casualidad.
Para la segunda pieza, “Residue”, se unió
Seye Adelakan (genial toda la noche poniéndole pulso a los temas tanto al bajo
como a la acústica), y en la tercera, “Gypsy”, se añadirían los que faltaban:
el batería italiano Matteo Bussotti y un cuarteto de cuerdas integrado por Natalia
Dudynska y Alexei Dolouv a los violines, Luicelis Vasquez
Montilla a la viola y Kinga Sadzinska al cello.
Canción a canción, el magnetismo de Benjamin va atrapándonos hasta tenermos como marionetas en sus larguiruchos dedos. De esa forma entramos a los coros de “Auxiliary” (dedicada a su pareja Flo Morrisey) y nuestras voces se quedan en bucle entonando “Takes who, takes what. Takes you and I to make this child smile“.
Hipnotizados, repetimos patrón en la inmensa
“Condolence” y el sonido era tan impecable que incluso nuestras voces parecían
perfectamente moduladas y a tempo.
Sonó “Nemesis” de tal manera, que al
terminar me quedé pensando en si había visto alguna vez (en los más de mil
conciertos que debo de llevar a mis espaldas) una interpretación de tanto nivel.
Más que un intérprete, es un expresionista.
El público en pie, ovacionando como posesos,
le esperó para los bises. Primero “Copening” (con esa preciosa línea de piano),
después “London” (uno de sus grandes “hits” -nótese las comillas-), y
posteriormente “Genesis”, con ese verso que ya se nos quedó grabado a fuego, “We are trapped and free” y que nos
“obligó” a repetirlo 50 veces (no exagero, Benjamin iba contándolas como en una
cuenta atrás).
Tras dos intensísimas horas, ese podría
haber sido el final perfecto: Benjamin Clementine empezó el concierto solo, ¿Qué mejor cierre que terminar con un coro de cientos de voces cantando para
él? Pues aún así, nos regaló una más, “I Won´t Complain”.
Pocas veces vi a un público
(sorprendentemente el teatro de La Laboral no se llenó, algo que sí ocurrió en
la Riviera de Madrid y la Apolo de Barcelona) aplaudir y jalear con tanto
ímpetu. Y Benjamin, comedido (esa falsa modestia del que se sabe poseedor de un
talento inagotable), se marchó como si nada hubiese pasado. Para él fue un
concierto más en su schedule. Para
nosotros, una noche inolvidable.
Comentarios
Publicar un comentario