LITERATURA / Javier Marías

JAVIER MARÍAS
Corazón tan blanco


La hipnótica prosa de Javier Marías es de por sí suficiente reclamo para sentarse con uno de sus libros. "Corazón tan blanco" da al lector lo que se espera del escritor madrileño: una novela para leer con pausa, para cogerle el ritmo a párrafos de una página y darles una oportunidad a personajes cuyas vidas se cruzan en diversos escenarios espacio temporales. Dependiendo de cómo lo pilles puede parecerte una obra infumable o un ramalazo creativo. No apto para todos los públicos.  

(...) a veces, cuando estaba aburrida sentada en un sillón de su casa o la mía, abanicándose y viendo pasar la tarde mientras esperaba a que llegara mi madre a buscarme o a relevarla, canturreaba canciones sin darse cuenta, para distraerse sin el propósito de distraerse (...) Era esa canto inconsciente que no tiene destinatario, el mismo canto de las criadas cuando fregaban los suelos o colgaban la ropa con pinzas, o pasaban las aspiradora o perezosos plumeros los días en que yo estaba enfermo y no iba al colegio y veía el mundo desde mi almohada oyéndolas a ellas en su matinal espíritu, tan distinto del verpertino; el mismo tarareo insignificante de mi propia madre cuando se peinaba (...) que no se dice para ser escuchado ni menos aún interpretado ni traducido, pero que alguien, el niño refugiado en su almohada o apoyado en el quicio de una puerta que no es la de su dormitorio, escucha y aprende y ya no olvida. (...) 

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(...) y mi querida Luisa, recién casada en el salón de al lado, sin saber que las fotos que hoy nos han hecho serán un día objeto de sus vistazos, cuando ya no tenga por delante ni siquiera su media vida y la mía esté acabada. Pero nadie sabe el orden de los muertos ni el de los vivos, a quiénes les tocará primero la pena o primero el miedo. 

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Ese cambio de estado, como la enfermedad, es incalculable y lo interrumpe todo, o al menos no permite que nada siga como hasta entonces: no permite, por ejemplo, que después de ir a cenar o al cine cada uno se vaya a su propia casa y nos separemos, y yo deje con el coche o un taxi en su portal a Luisa y luego, una vez dejada, yo haga un recorrido a solas por las calles semivacías y siempre regadas, pensando en ella seguramente, y en el futuro, a solas hacia mi casa. Una vez casados, a la salida del cine los pasos se encaminan untos hacia el mismo lugar (resonando a destiempo porque ya son cuatro los pies que caminan), pero no porque yo haya decidido acompañarla o ni siquiera porque tenga la costumbre de hacerlo y me parezca justo y educado hacerlo, sino porque ahora los pies no vacilan sobre el pavimento mojado, ni deliberan ni cambian de idea, ni pueden arrepentirse ni elegir tampoco: ahora no hay duda de que vamos al mismo sitio, querámoslo o no esta noche, o quizás fue anoche cuando yo no lo quise. 

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