LITERATURA / Antonio Muñoz Molina

ANTONIO MUÑOZ MOLINA
Plenilunio



Tenía una captura de pantalla (mi particular Save As en plena turbulencia etílica en una fiesta de prau) de “Plenilunio”, novela de Antonio Muñoz Molina, escritor oriundo de la misma tierra que los Guadalupe Plata, Úbeda. Tocando el territorio angosto de la novela negra, sigue los patrones habituales del género, como el ir tejiendo lentamente una tela de araña que te atrape. El estilo de Molina, con esos párrafos interminables que pueden ocupar una página entera, me recordó a Javier Marías, aunque el contenido vaya por otros derroteros: el asesinato de una niña de 9 años y la investigación desde el punto de vista del detective encargado del caso. No cuestionaré lo buen narrador que es Molina, aunque para mi gusto se pierda demasiado ritmo a lo largo de las 485 páginas que quizás fueron un poco excesivas. 


Quién camina de noche o de día por una ciudad sin esconder un secreto, padres de familia que han rondado en coche por la carretera donde se apostan las prostitutas jóvenes, flacos espectros con las piernas desnudas y los antebrazos marcados por las agujas, maridos que después de salir de la oficina y antes de volver a casa se dan una vuelta por esos bares adonde acuden muchachos o llaman a un teléfono que se anuncia en las páginas de relax del periódico junto a un anuncio por palabras que es una promesa de excitación clandestina. 

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Le habían enseñado que no se debe dar la espalda a las puertas y que en un sitio público es preferible ver cuanto antes a los recién llegados. Uno podía estar en un bar, en un restaurante como el Monterrey, comiendo a solas el menú en su mesa de todos los días y mirando el telediario y de pronto alguien con un aspecto normal empujaba la puerta de cristales, vestido con vaqueros, con zapatillas de deporte, con un chaquetón o un chubasquero de plástico, se llevaba la mano al costado, adelantaba el brazo y en un instante apoyaba el cañón de la pistola en la nuca y hacía fuego, y el mantel barato a cuadros o de recio papel blanco quedaba manchado de sangre y de materia cerebral. Unos segundos más tarde el recién llegado ya se había ido, con determinación, con calma, esgrimiendo todavía la pistola, como una advertencia, y las voces del telediario seguían escuchándose igual, y nadie se acercaba aún a la mesa donde la cabeza destrozada de un hombre yacía sobre un plato a medio terminar. 

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"Just friends, lovers no more", decía Ella Fitzgerald en una de las canciones que sonaban mientras ella y Ferreras charlaban en la cocina (...) De este modo, pensaba después, cuando Ferreras ya se había marchado y la tarde del sábado declinaba luctuosamente hacia un anochecer de lluvia, la fuerza del deseo de un hombre no correspondido actúa automáticamente contra él, porque en lugar de acercarlo a la mujer deseada favorece en ella la voluntad íntima de volverse atractiva a los ojos de otro. 

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