LITERATURA / Almudena Grandes
ALMUDENA GRANDES
Las Edades De Lulú
Escrita en 1989, dato realmente importante dado los prejuicios en la época contra el erotismo y el sexo explícito. En "Las Edades de Lulú" hay dolor físico y dolor moral. Dolor como compañero del enamoramiento y del desamor. La tortuosa historia de Lulú, que se enamora perdidamente de un Pablo (amigo de su hermano mayor) le invita a adentrarse, a sus 15 tiernos años, en el mundo del sexo, explorando hasta el límite y sin guardarse nada. Almudena Grandes narra sus propias fantasías, quizás las de muchas mujeres, metiéndose en todo tipo de saraos sexuales (tios con tios, tias con tias, todos juntos y revueltos). En la actualidad, momento en el que la novela erótica se ha convertido en superventas gracias a un libro de muy dudosa calidad, convendría mirar al pasado y leer los que de verdad fueron pioneros (además del obligado Marqués de Sade), al menos en nuestro país.
Sus labios le susurraban frases tiernas, palabras de amor y de deseo, sus brazos le abrazaban con suavidad, luego la presa se hizo más intensa, al final le dio la vuelta bruscamente, le obligó a dar un par de pasos casi en volandas y se colocaron frente a nosotros. Entonces una de sus manos presionó el sexo de su amigo, que separó las piernas, la otra se deslizó a lo largo de su grupa y ambas comenzaron a moverse, a frotar la carne por encima de la tela, las puntas de los dedos se rozaban entre los muslos y regresaban al punto de partida, las palmas se agitaban sobre el pantalón oscuro como si quisieran abrillantar su superficie, cada vez más rápido, el sexo crecía, adquiría consistencia, se dibujaba netamente más allá de su envoltorio, tenso ahora, a punto de reventar, de sucumbir a la presión de la carne aguda, los muslos le temblaban, la lengua le asomaba entre los labios, su rostro se deformó hasta adquirir una expresión bestial, incapaz de hablar, de mantener los ojos abiertos, de sostener la cabeza.
Son como animales, pensé, como animales, pequeñas y hermosas bestias sumidas hasta las cejas en el fango de un placer inmediato, absoluto, suficiente en sí mismo.
......
Durante un tiempo intenté contenerme, no abandonarme, permanecer quieta, sin expresar complacencia, mantener todo el cuerpo pegado a la colcha, pero advertí que mi piel empezaba a saturarse, conocía bien las diversas etapas del proceso, los poros erizados, al principio, después calor, una oleada que me inundaba el vientre para desparramarse luego en todas las direcciones, cosquillas inmotivadas, gratuitas, en las corvas, sobre la cara interior de los muslos, en torno al ombligo, un hormigueo frenético que preludia el inminente estallido, entonces un muelle inexistente, de potencia fabulosa, saltaba de pronto dentro de mí, propulsándome violentamente hacia delante, y ése era el principio del fin, la claudicación de todas las voluntades, mis movimientos se reducían en proporciones drásticas, me limitaba a abrirme, a arquear el cuerpo hasta que notaba que me dolían los huesos, y mantenía la tensión mientras basculaba armoniosamente contra el agente desencadenante del fenómeno, cualquiera que fuera, tratando de procurarme la definitiva escisión.
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