ARTÍCULO SOCIEDAD / Javier Encendió Las Luces De Broadway

JAVIER ENCENDIÓ LAS 
LUCES DE BROADWAY

Un día los servicios secretos nos revelarán que Javier Fernández, bicampeón mundial, hace trampa. Puesto que la perfección es un componente descartable, por ahora siguen dos pistas: o patina colgado de un hilo invisible o lleva un dron en el cuerpo. 
Más allá de la precisión y la disciplina, dos materiales con los que se fabrica la pulcritud, su ejercicio largo fue una serie geométrica en la que se fundieron el diseño industrial y el diseño artístico. 
Desde sus primeros giros, insistíamos en el esfuerzo de interpretar cada filigrana, pero la velocidad enmascaraba la exactitud y provocaba un desbordamiento visual. A pesar de todo, apreciábamos intuitivamente su grado de virtuosismo: se diría que viajaba por un circuito electrónico y que sus movimientos respondía a un sofisticado programa de ordenador. Limitados por la incertidumbre, apenas lográbamos vencer nuestra perplejidad y, a la vez, superar nuestro temor de que aquella serpentina se quebrase bajo el peso de la responsabilidad. Yendo a las figuras de máximo riesgo, los saltos cuádruples eran planear sin alas, pero además Javier les añadía un suplemento de naturalidad; no transmitían el ruido de la tensión nerviosa ni el hormigueo de la tensión muscular: sin pausa ni violencia eran una portentosa demostración de simetría junto a una fabulosa exhibición de ingravidez. Hasta el acorde final, dio la impresión de que, tal como nosotros vamos y venimos por la escalera, él simplemente flotaba por allí. 
La banda sonora de la película Ellos Y Ellas rodeó su espectáculo como el papel de celofán envuelve un caramelo. Más que honrar a Frank Sinatra, Javier hizo espiritismo y se puso La Voz como traje. Salvó la distancia entre bailar y volar. 
Julio César Iglésias
Columnista en Marca

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