LITERATURA / Albert Camus
ALBERT CAMUS
El Extranjero
En 1942 el escritor francés Albert Camus debutaba con "El Extranjero", que más que una novela es un tratado filosófico sobre la vida y la muerte, o más bien, como vivir la vida y afrontar la muerte. Con un estilo neutro y sobrio, sin palabras de más, Camus no pretende que la lectura sea agradable, y es ahí donde está el impacto de este clásico.
Todo pasó después con tanta precipitación, exactitud y naturalidad, que no me acuerdo de nada. De una cosa solamente: a la entrada del pueblo la enfermera delegada me habló. Tenía una voz extraña que no correspondía a su rostro, una voz melodiosa y trémula. (...) Guardé otras imágenes de esa jornada: por ejemplo, el rostro de Pérez cuando, por última vez, nos alcanzó cerca del pueblo. Gruesas lágrimas de nerviosismo y dolor corrían por sus mejillas, pero las arrugas las retenían, se estancaban, se reunían y formaban un barniz de agua en aquel rostro destruido. Hubo todavía la iglesia y los aldeanos en las aceras, los geranios rojos sobre las tumbas del cementerio, el desvanecimiento de Pérez, la tierra color de sangre que rodaba sobre el ataúd de mamá, la blanca carne de las raíces con ella mezcladas, todavía la gente, las voces, el pueblo, la espera ante un café, el ronquido incesante del motor, y mi alegría cuando el autobús entró en el nido de luces de Argel y pensé que me iba a acostar y dormir durante doce horas.
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Fue entonces cuando todo vaciló. Del mar llegó un soplo espeso y ardiente. Me pareció que el cielo se abría en toda su extensión para vomitar fuego. Todo mi ser se tensó y mi mano se crispó sobre el revólver. El gatillo cedió, toqué el pulido vientre de la culata y fue así, con un ruido ensordecedor y seco, como todo empezó. Sacudí el sudor y el sol. Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa donde había sido feliz. Entonces, disparé cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que se hundían las balas sin que lo pareciese. Fueron cuatro golpes breves con los que llamaba a la puerta de la desgracia.
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Sin embargo, al comienzo de mi detención, lo que me resultó más duro fue tener pensamientos de hombre libre. (...) Esa fase duró algunos meses. Después, solo tuve pensamientos de preso. Esperaba el paseo cotidiano en el patio o la visita de mi abogado. Organizaba muy bien el resto de mi tiempo. Pensé entonces, con frecuencia, que si me hubieran hecho vivir en un tronco de árbol seco, sin más ocupación que mirar la flor del cielo sobre mi cabeza, me habría habituado poco a poco. Habría esperado los vuelos de pájaros o los encuentros de nubes como esperaba aquí las curiosas corbatas de mi abogado y como, en otro mundo, aguardaba hasta el sábado para estrechar el cuerpo de Marie.
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