LITERATURA / Isak Dinesen

ISAK DINESEN
Memorias de África


Antes de que alguno o alguna se me tire a la yugular, diré que hay libros para determinados momentos y momentos para determinados libros, y no siempre se empieza uno en el momento oportuno. Puede que me haya ocurrido a mi con “Memorias de África” de la escritora danesa Karen Christence Blixen-Finecke, quién firmó su obra más popular con el pseudónimo de Isak Dinesen. Me duele reconocer que es la primera vez que me gusta más la película que el libro, pues a lo largo de las páginas me iba diluyendo en demasiadas descripciones, algo que, sin embargo, otros lectores y lectoras han agradecido por el hecho de que puede transportarles al continente africano. Apuesto que una segunda lectura cambiará mi forma de verlo: volveré a él cuando me lo pida el cuerpo. 


No había grasa en él y no había lujo en ninguna parte; era África destilada a seis mil pies, como la esencia fuerte y refinada de un continente.

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En medio del día, el aire estaba vivo sobre la tierra, como una llama ardiente; centelleaba, ondeaba y brillaba como agua corriente… Arriba, en este aire alto, respirabas con facilidad, absorbiendo una vital confianza y ligereza de corazón.

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Sobre la hierba de las grandes llanuras estaban esparcidos los viejos árboles espinosos, torcidos y desnudos, y la hierba tenía un sabor a tomillo y mirtillo de pantano… Todas las flores que encontrabas en las llanuras, o sobre las enredaderas y lianas en el bosque nativo, eran diminutas.

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Ningún animal doméstico es capaz de una quietud igual a la de un animal salvaje. La gente civilizada ha perdido la capacidad de estarse quieta y debe aprender en silencio de la vida salvaje antes de que ésta te acepte.

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- Su excelencia hace muy bien en mirar a las hienas —dijo—. Ha sido una gran cosa traer una hiena hasta Hamburgo, donde nunca había habido antes. Todas las hienas son hermafroditas y en África, de donde proceden, en las noches de luna llena se reúnen, se juntan en un círculo y copulan; cada animal toma el doble papel de macho y de hembra. ¿Lo sabía usted?
- No —dijo el conde Schimmelmann con un ligero movimiento de disgusto.
- ¿No cree su excelencia —dijo el empresario— que, a la vista de este hecho, debe ser más duro para la hiena que para otros animales estar encerrada en una jaula? ¿Sentirá un doble deseo o estará, porque se reúnen en ella las complementarias cualidades de la creación, satisfecha y en armonía? En otras palabras, ya que somos todos prisioneros en la vida, ¿somos más felices o más desgraciados cuanto más talento poseemos?
(...)
- Los animales salvajes —continuó el conde— que corren por tierras salvajes no existen realmente. Éste existe, le hemos dado un nombre, sabemos cómo es. Los otros pueden no haber existido; sin embargo, son la inmensa mayoría. La naturaleza es extravagante.

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Desde la granja se podía seguir el trágico destino de la tribu masai del otro lado del río, que iba desapareciendo de año en año. Eran luchadores que habían dejado de luchar, un león agonizante con las garras cortadas, una nación castrada. Les habían quitado sus lanzas y hasta sus hermosos escudos y, en el cazadero, los leones perseguían a sus rebaños. Una vez, en la granja, tuve tres novillos que convertimos en pacíficos bueyes para el tiro y la labranza, y luego los encerramos en el patio de la granja. Aquella noche las hienas olieron la sangre, vinieron y los mataron. Pensé que ese era el destino de los masai.

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