LITERATURA / John Kennedy Toole

JOHN KENNEDY TOOLE
La Conjura De Los Necios



John Kennedy Toole se suicidó antes de que se publicase esta obra que conseguiría el prestigioso Premio Pulitzer. Ignatius J. Reilly, gordo, fofo e inolvidable protagonista de "La Conjura De Los Necios", se ve catapultado a los bajos fondos de Nueva Orleans para buscar trabajo. A partir de ahí se suceden todo tipo de situaciones cómicas en las que Ignatius nos ofrecerá su cruel y sórdida visión del mundo.

- ¿Acaso la tarea del departamento de policía es acosarme a mí cuando esta ciudad es la desvergonzada capital del vicio del mundo civilizado? -atronó Ignatius, por encima del gentío que había frente a los grandes almacenes-. Esta ciudad es famosa por sus jugadores, prostitutas, exhibicionistas, anticristos, alcohólicos, sodomitas, drogadictos, fetichistas, onanistas, pornógrafos, estafadores, mujerzuelas, por la gente que tira la basura a la calle, por las lesbianas... gentes todas que viven en la impunidad mediante sobornos. Si tiene usted un momento, estoy dispuesto a discutir con usted el problema de la delincuencia; pero no cometa el error de fastidiarme a mí.  

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Los modales brutales de Myrna pronto alejaron a mis cortesanos de la mesa, y nos quedamos solos, todo café frío y palabras ardientes. Cuando manifesté mi desacuerdo con sus rebuznos y parloteos, me dijo que yo era evidentemente un antisemita. Sus razonamientos eran una mixtura de medias verdades y de tópicos, su visión del mundo un compuesto de concepciones erróneas que se derivaban de una historia de nuestra nación, escrita desde la perspectiva de un túnel de metro. 

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¿Acaso crees que quiero vivir en una sociedad comunal con gente como esa Battaglia amiga tuya, barriendo calles y picando piedra o lo que ande haciendo siempre la gente en esos desdichados países? Lo que yo quiero es una buena monarquía, firme, con un rey decente, de buen gusto, un rey con ciertos cono-cimientos de teología y de geometría, y que cultive una rica vida interior. La conjura de los necios

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Por todas partes acechaban trampas como Abelman, los insípidos Cruzados por la Dignidad Mora, el cretino de Mancuso, Dorian Greene, periodistas, bailarinas de striptease, pájaros, fotografías, delincuentes juveniles, pornógrafas nazis. Y, especialmente, Myrna Minkoff. Había que darle su merecido a aquella mozuela almizcleña. Fuese como fuese. Algún día. Tenía que pagar. Pasase lo que pasase, debía darle su merecido, aunque la venganza tardase años en llegar y tuviera que acecharla durante décadas, de café en café, de una orgía de canciones folk a otra, de metro a piso, de algodonal a manifestación. Ignatius lanzó una complicada maldición isabelina sobre Myrna y, dándose la vuelta, abusó frenéticamente del guante una vez más. 

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