LITERATURA / Robert Hilburn

ROBERT HILBURN
Desayuno Con John Lennon
y otras crónicas para
la historia del rock



Crítico y editor del diario Los Ángeles Times, Robert Hilburn es uno de los periodistas musicales más respetados en el mundillo musical, llegando sus crónicas y reseñas a influir incluso en los propios artistas. En "Desayuno con John Lennon", Hilburn nos invita a entrar entre los bastidores del rock, contándonos anécdotas sobre Johnny Cash, John Lennon, Janis Joplin, Kurt Cobain, Elvis, Michael Jackson y demás estrellas de la música popular. 

Se crearon enormes expectativas antes del estreno de "Semilla de maldad", porque algunas asociaciones de padres advertían de que la película podía estimular la rebelión de los estudiantes. (...) La película comenzaba fuerte, ya que se oía el tema de Bill Haley and His Comets "Rock Around the Clock" sobre los títulos de crédito; eso ya tenía un efecto transformador. Mientras la canción atronaba desde los gigantescos altavoces de la sala, los chicos que había a mi alrededor empezaron a treparse unos sobre otros y a saltar por encima de los asientos para ir al pasillo a bailar es música a todo volumen. Una buena parte de la excitación procedía de escuchar esta nueva música en medio de un grupo de gente y a través de altavoces inmensos. Hasta entonces, casi siempre la escuchábamos solos, en altavoces minúsculos, metidos en nuestro cuarto.    

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Después de aquello, la idea de escribir para un periódico me atraía más que nunca. Quería un trabajo que fuera divertido, y empecé a pensar que un pase de prensa era un pasaporte a toda clase de ambientes exóticos, como la política, los deportes o el mundo del espectáculo. Me llamaba la atención que tantos adultos, incluyendo a mi padrastro y a los padres de mis amigos, sintieran tan poca pasión por su trabajo. Después de la Segunda Guerra Mundial, florecieron los barrios residenciales en torno a las ciudades en todo el país, ofreciendo a los veteranos una pequeña tajada del sueño americano, pero estos nuevos hogares y los nuevos coches no garantizaban necesariamente la felicidad. Yo veía que muchos adultos iban por la vida como sonámbulos, y eso me impulsaba desesperadamente a encontrar un trabajo del que pudiera disfrutar. No estaba seguro de que el periodismo fuera la respuesta, pero parecía un buen punto de partida. 

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La idea de escribir sobre música se me ocurrió a comienzos de 1965, cuando un amigo del consejo escolar me dio una copia de un disco que llegó a parecerme tan electrizantes como los primeros singles de Elvis: "The Times They Are a-Changin'", de Bob Dylan. Esta música folk contestataria conectada con mi interés por la política. La inmediatez y el carácter desafiante del rock de la década de los 50 nacían de su pulso explosivo y de la actitud de los intérpretes, no de las letras, que en la mayoría de los casos eran prescindibles. Pero en el caso de Dylan sucedía lo contrario. La música era relativamente tranquila, pero las letras resultaban apremiantes y liberadoras para los jóvenes que se sentían impotentes en un país que cada día se empeñaba en vulnerar su ideales, ya fuera en los estados racistas del sur o en la jungla de Vietnam. Las canciones de Dylan abordaban estos temas con la fuerza de un grito de guerra. Cuando advertía a la generación anterior de que, si no dejaba paso, tendría que atenerse a las consecuencias, producía con sus imágenes un impacto que se asemejaba a un latigazo. 

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Además de sus propias canciones, aquella noche en el Troubadour Jack cantó un tema country, un viejo blues y una composición de Dylan, todo con la misma autoridad. Y lo mejor de todo: nada sonaba antiguo. Cogió los diversos elementos que le daban al rock su pasión y su fuerza y los combinó de una manera nueva y atractiva. Tocaba la guitarra de un modo tan brillante y cantaban con tanta fuerza que podría haber reemplazado a Jimmy Page y a Robert Plant en Led Zeppelin si ambos se hubieran puesto enfermos. Me pareció que Jack White era tan impresionante que, de haber entrado en el estudio de Sun Records de Memphis antes de que lo hiciera Elvis en 1954, podría haberse convertido en el primer rey del rock and roll. Lo que quedaba por ver era si podía destacar en el mundo del rock moderno. 

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- No, no, no -dijo Bob con vehemencia-. Es natural seguir las pautas de alguien . Si yo quisiera ser pintor, podría pensar en intentar parecerme a Van Gogh, o si fuera actor, interpretar como Laurence Olivier. Si fuera arquitecto, mi modelo sería Frank Gehry. pero no puedes limitarte a copiar a otro. Si te gusta la obra de alguien, lo importante es exponerse ante lo que esa persona se ha expuesto. Cualquiera que desee ser cantautor debería escuchar toda la música folk que pueda, estudiar la forma y la estructura de todo eso que lleva ahí cien años. Yo siempre vuelvo a Stephen Foster. 

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A pesar del carisma de Elvis y de la chillona guitarra de Chuck Berry, en la década de 1950, y del idealismo de los Beatles y Dylan, en la década de 1960, la revolución del rock and roll nunca habría triunfado si no hubiera satisfecho una necesidad acuciante de los adolescentes. El rock and roll nunca se ha limitado a ser un sonido; es, sobre todo, un ideal. Al intentar explicar esa mágica alquimia de hace medio siglo, los historiadores hablan de una convergencia de fuerzas que se levantaron contra cuestiones como la represión sexual, la injusticia social, el conformismo y la amenaza de la aniquilación nuclear. Y, más que eso, esta música era un acto de fe. Así se puede explicar por qué algunos de sus himnos más perdurables hablan sobre un mundo mejor, sea "Blowin' in the Wind" de Bob Dylan, "Imagine" de John Lennon, "The Promised Land" de Bruce Springsteen o "Where the Streets Have No Name" de U2. 

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