CRÓNICA CONCIERTOS / El Perro
Habría que preguntarle a Parker Griggs en qué demonios estaba pensando cuando, hace ya tres veranos, decidió garabatear su hoja de ruta, añadir un par de fechas a su paso por España, y retrasar así un puñado de horas la vuelta a su país tras una extensa e intensa gira europea.
Parker no conocía el occidente astur, como tampoco conocía a las personas que le ofrecían hospitalidad. Este tipo de impulsos son como ese anillo que lanza Jonathan Rhys Meyers en Match Point. Woody Allen consigue que contengamos la respiración mientras la suerte va dibujando espirales en el aire. Parker engañó a sus compañeros de banda por aquel entonces, y Radio Moscow acabaron dando un bolazo en un chiringuito con vistas a la playa de Frejulfe.
Todo indicaba que aquel show había sido único e irrepetible…
…hasta este pasado 16 de agosto.
En medio de las fiestas de mi pueblo -el día de San Roque; día en el que la cartelería parecía reservada para Coti- apareció en la agenda un concierto alternativo, cero publicitado, al que acudimos unos cincuenta afortunados/as.
Parker y su nuevo proyecto –bautizado como El Perro, así, en español- venían de tocar para miles de personas en el Sonic Blast de Portugal, y ahora se estaban preparando para tocar para unos cuantos músicos y melómanos en un escenario improvisado en un hotel rural ubicado en el concejo de Coaña. Cuestión de contrastes.
Parker se traía consigo nuevos secuaces: a la otra guitarra Jason Yancey, a la batería Loonie Blanton, al bajo Shawn Davis, y a las percusiones la señorita Tawny Harrington. Lo que no cambió demasiado fue su propuesta: incendiario y speedico blues rock lisérgico. Bueno, ni su propuesta, ni el toldo azul que tapaba el escenario de madera.
Se consiguió superar si cabe la atmosfera Woodstockiana, del concierto de tres años atrás. Apareció la lluvia con intensidad justo antes de que empezasen a tocar, y entre el aguacero también se coló el espíritu de Santana. Porque entre las habituales descargas eléctricas -en la órbita de Hendrix, Cream o la Spencer Blues Explosion- y entre los ramalazos funk a lo Funkadelic o Sly & the Family Stone, entre tanto groove y distorsión, lo que mandaba era el ritmo hipnótico de Santana. En las canciones de su disco de debut (“Hair of El Perro”), casi se pueden tocar con las yemas de los dedos el “Jingo”, el “Gypsy Queen” o el “Soul Sacrifice” del guitarrista de Jalisco.
A pesar de la que estaba cayendo, los que nos encontrábamos bajo el toldo azul estábamos en nuestra propia burbuja, flipando con aquellos colgados que atacaban las canciones como perros rabiosos.
En los tiempos que corren, en plena burbuja de festivales, y en una época en la que las entradas de los conciertos de estadio se agotan en minutos estando a precios prohibitivos, tener la oportunidad de asistir a un concierto como este es UN LUJO. Así, en mayúsculas. Poder disfrutar de un grupazo como El Perro, a pie de escenario, sin agobios, y sobre todo sin esos/as posturetas a los que les importa más el selfie de turno que el grupo que está tocando a sus espaldas, poder disfrutar de un concierto de tanto nivel y en semejantes condiciones es algo mágico.
No hacen falta escenarios gigantes, ni juegos de luces mastodónticos, ni trapecistas de fondo. En un escenario cutre, de madera, con un toldo que un tipo estaba moviendo con una muleta para que no se inundara, con un simple foco chantado en el medio del escenario, y con el diluvio cayendo sin tregua a nuestro alrededor, El Perro nos recordaron lo que es un concierto de verdad, de los de antes. Y este fue de los que dejan poso. Gracias a Eka y a Piro por hacerlo posible.
Como ese anillo que lanza Jonathan Rhys Meyers en Match Point, nunca sabemos lo que va a ocurrir en el futuro, pero espero y deseo que Parker Griggs y compañía vuelvan a acordarse del Occidente asturiano en su próxima gira. Dado que aquí ya le salió una nueva familia, apuesto a que sí.
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