LITERATURA / Manuel Vilas

MANUEL VILAS
América

"América" es el resultado de un viaje y de una ensoñación. Un relato asombrado por la inmensa vastedad de una nación, los Estados Unidos, que tiene las proporciones de un planeta entero en el que todo cabe. La mirada poética de Manuel Vilas guía al lector, dibujando un país imaginado y desconocido, en el que la soledad convive con el deseo de un paraíso nunca alcanzado. Un viaje de la memoria donde desfilan cantantes de rock, escritores, artistas, iconos del Pop, viajas glorias olvidadas o los Simpson como metáfora de la nueva American Way of Life

Habrá una América luxury que olerá a Chanel y a rosas, pero la clase media americana generó su propio olor. (…) Es el olor de las casas grandes, imposibles de limpiar, el olor de los basements, donde nacen la humedad y las arañas y las hormigas y la noche de Halloween. (…) 
Son un foco de putrefacción material y moral. (…) Son el símbolo del mal y de la violencia, encriptados en todo hogar americano de clase media que se precio. Es el recordatorio de las cavernas, el lugar del esqueleto de la bisabuela, el lugar de los insectos, la puerta a la muerte, la puerta a la otra dimensión donde todo es mucho peor. 

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No se puede ser español toda una vida (…). La reinvención es un placer necesario. 
Estados Unidos me hizo ver que mi desafección por España podría tener un fondo de nobleza, de dignidad, de necesidad, o de legítima defensa; que podría ser una desafección razonable, ineludible. (…) un país en el que nadie está contento, ni siquiera están contentos aquellos a quienes les va muy bien y triunfan, un país en donde ni la oligarquía intelectual, política y empresarial está radiante o satisfecha, un país desconfiado y maledicente, un país que ansía la destrucción del otro, un país al que le gusta humillar a los que considera fracasados, un país lleno de leyes y rigores no escritos, y por tanto, inconfesables. Un país en el que la idea de fracaso frecuenta ciudades, ríos, calles, bares, librerías, iglesias, universidades, periódicos, ayuntamientos, cárceles, vertederos. Un país de la confiscación de los corazones libres. Un país donde intentar decir la verdad estaba penado con la marginación. (…) Un país en donde la gente camufla su ideología y es tan eficaz el camuflaje que la gente acaba por no saber qué quiere. Un país con pereza intelectual. Un país sin curiosidad. Un país de gente que ambiciona dinero, y solo dinero, y nada más que dinero como toda forma de plenitud intelectual y moral, pero que no sabe cómo ganarlo, y lo roba. Un país que necesita hacer fracasar a sus ciudadanos para sentirse país. Un país donde yo me sentí fracasado. 

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Me meto en un Dunkin’Donuts y me pido un chocolate caliente, que vale dos dólares. Me siento y mira a una mujer afroamericana enloquecida. Se mueve con convulsiones. Habla sola. Veo a mucha gente hablando sola en esta ciudad, tal vez porque los otros son ilusorios. Esa mujer me da pena, pero me sirve su desesperación: si ella es la loca, no lo soy yo. (…)
Todo está a la deriva y todo da completamente igual porque estás aquí, en Nueva York. Pero Nueva York está bien si tienes mucho dinero. Y si no lo tienes, bah, no te preocupes, enseguida lo tendrás, porque Nueva York te echará una mano. Esa es la idea: Nueva York es una espera, pronto tendrás lo que deseas.

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Todo lo que toca el Boss se convierte en algo bueno. (…) El Boss es buen rollo. Todos los miembros de la E Street Band emanan bonhomía. Y se miran entre ellos y el Boss coordina a su ejército de ángeles buenos, con sus guitarras y sus instrumentos. (…)
A Bruce Springsteen le gusta la gente, cree en la gente. Por eso su rock posee una fuerza descomunal, por eso es el Boss, porque procede del pueblo y va directo a él. No es un rockero sofisticado, ni es un provocador, ni es un artista de vanguardia. Es sencillo, pero poderoso. Tiene demasiada fuerza y nos quema. Es una máquina de energía popular.
El Boss se convierte en tu familia. Puede ser tu padre, tu hermano mayor, tu marido, lo que quieras. Yo miraba al público y el público miraba al Boss como quien mira un espectáculo sobrenatural. (…) El Boss quiere que el mundo se convierta en ruido. El Boss es poesía. (…) El Boss es la voz de la reconciliación. De la voz del Boss emergía millones de rostros que componían un solo rostro, el rostro de Nueva York.

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Si me pregunto qué famoso nació aquí, la respuesta es contundente y violenta: Prince Rogers Nelson. Minneapolis es la ciudad de Prince. (…)
No hay pop sin iconografía. Y Prince, aparte de poseer un enorme talento para la interpretación y la composición, supo inventarse una y lo hizo en un lugar que estaba vacante: la sofisticación del cantante de origen afroamericano. El bigote minúsculo parecía en Prince un recuerdo y un homenaje a Jimi Hendrix, otro ilustre afroamericano y el auténtico padre espiritual de Prince. La herencia de Hendrix era un sonido duro, sin concesiones, no permeable a la sofisticación. Prince quería ser un esteta. Quería ser el David Bowie negro. (…)
Prince pasó por el túrmix del soul y del funk el legado de Hendrix, y allí está la novedad. En la medida en que se alejaba del rock se acercaba a otro gran icono, se mimetizaba con Michael Jackson, la otra gran leyenda afroamericana. Prince sabía que Michael Jackson podía ser más popular, pero le faltaba algo que él codiciaba de manera especial: el hábito misterioso, el toque intelectual, el mensaje oculto en las letras de las canciones. Le faltaba la literatura, el glamour de lo prestigioso, la transcendencia del arte. 

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