VIAJES / Eslovenia - Croacia - Italia
Alquilamos un coche en el aeropuerto de Venecia y arrancamos hasta llegar a nuestra primera parada, Liubliana, la capital eslovena. La ciudad de los dragones en realidad es una pequeña gran urbe, verde y bien cuidada, con una zona centro pequeñita que se puede recorrer caminando en una mañana: desde la subida al Castillo hasta la plaza Prešeren y sus tres puentes. Y si uno quiere alejarse un poco más, siempre puede visitar el barrio alternativo de Metelkova: una antigua base militar reconvertida en foco cultural.
Uno de las postales más típicas de Eslovenia es el Lago de Bled, un paisaje de cuento que hechiza a primera vista. Eclipsado por el Lago de Bled, a apenas 30 kms está el Lago Bohinj, otro rincón idílico para desconectar.
También hicimos parada en Kranj, una pequeña ciudad situada en la regio de Gorenjska, a media hora de la capital. Tiene encanto su casco histórico (palacios, iglesias, casas señoriales) pero en temporada baja parecía que la propia ciudad estaba ya invernando.
Cogimos carretera camino al sur en busca del famoso atardecer de Zadar. Unas nubes bajas nos privaron de él, y el Adriático, siempre calmo, parecía el Cantábrico, lo que no impidió que nos dieramos un baño y que los chinos nos sacaran fotos como si fuesemos patos en un estanque.
De camino a Zagreb hicimos parada técnica en Maribor, y lo cierto es que nos olvidamos de ella nada más subirnos al coche. Vi un graffiti que ponía “Maribor is the future” que me parecía una parodia.
Nada que ver con la capital croata. Zagreb sí que nos dejó un buen sabor de boca. Fuimos por la mañana al Museo de las Ilusiones (curioso, sin más, más dirigido a los niños aunque los adultos también lo puedan disfrutar). Callejeamos por la ciudad baja (Plaza Ban Jelačić, la Herradura Verde) y por la alta, compramos algo en el mercadillo Dolac, nos encontramos con la capilla cruzamos el túnel de Gric (un pasadizo subterráneo construido en 1943 en tiempos de la Segunda Guerra Mundial como refugio antiaéreo), y subiendo por la empinada calle Radićeva dimos con una puerta del siglo XIII en dónde hay una capilla que llama poderosamente la atención.
Los Lagos de Plitvice son una maravilla. Un precioso Parque Natural de 30.000 hectáreas con diferentes sendas para todos los públicos. Impoluto, la organización y la señalización son impecables. Con tu entrada tienes libertad total de movimientos para elegir la ruta que más te guste (nosotros elegimos una de 4 a 6 horas que hicimos en poco más de 3).
Uno de los días lo invertimos en recorrer pequeños pueblos por la costa. Koper, ciudad portuaria croata fronteriza con Italia. Piran, una pintoresca ciudad mediterránea con muchísimo encanto. Poreč, protegida del mar por la pequeña isla de San Nicolás, con 2.000 años de antigüedad y un crisol de culturas (romanos, bizantinos, venecianos). Rovinj, en la península de Istria, es uno de los pueblos más bonitos de Croacia, con un precioso casco histórico medieval, y un puerto deportivo lleno de vida.
Decidimos hacer dos noches en Pula. enclavada bajo siete colinas y con vistas al Adriático, con un montón de antiguos edificios y monumentos romanos, aunque la foto principal se la lleve el anfiteatro, que data de la época de Augusto y Vespasiano y que llegó a albergar 20.000 espectadores.
Lo más impresionante del viaje fueron las Cuevas de Skocjan. Un mundo subterráneo que parece diseñado por Julio Verne y que perfectamente podría salir en el cine fantástico. Se hacen con visita guiada en esloveno, italiano o en inglés (nosotros elegimos esta última, guiados por Natasha, encargada de llevarnos en el último grupo, y por tanto, de ir apagando a nuestro paso la iluminación de las cuevas, algo que resulta impactante) y no se permiten hacer fotos del interior, porque como nos dijo Natasha "¿para qué queremos usar la cámara teniendo nuestros preciosos ojos?".
Al igual que las Cuevas de Skocjan, también es patrimonio de la UNESCO el Castillo de Predjama. Un castillo situado en el interior de una cueva de 123 metros de altura no es algo que se vea todos los días.
Cruzamos la frontera con Italia sin problemas (las autoridades italianas habían comenzado a efectuar controles debido a la "intensificación de brotes de crisis" en los confines europeos como en Oriente Próximo) y llegamos a Trieste, la ciudad italiana menos italiana de Italia. Elegante, con palacios de estilo vienés, arquitectura neoclásica y cafés centenarios.
Cerramos el círculo regresando a Venecia, y esta vez sí, con tiempo para perdernos por sus laberínticas calles. ¿Qué vamos a decir de Venecia que no se haya dicho ya? Para muchos, la ciudad más bella del mundo, de ahí que incluso en temporada baja esté atestada de turistas. La gente va a acabar hundiéndola antes de que suba el nivel del mar. 118 islas con más de 400 puentes separados por canales que hacen de carreteras marítimas, donde los coches, motos y autobuses son góndolas, lanchas y barcos.
Nosotros nos montamos en un vaporetto y nos fuimos a Murano, la isla más cercana a Venecia y mundialmente conocida por sus fábricas de cristal. Comimos en el restaurante de Josh Brolin y el actor de Santa Mónica nos sirvió la pasta.
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