BASADO EN HECHOS REALES / Noche de Afrobeat
Basado en hechos reales. O no. Porque muchas veces la imaginación hace el resto y probamos con una realidad paralela, por el "y que pasaría si...". Situaciones cotidianas que se cruzan con la ficción.
NOCHE DE AFROBEAT
Como
quien se deja vendar los ojos y deposita toda su confianza en un
amigo, me metí en el coche con la esperanza de que me sorprendiera
la noche. Un control rutinario de "Seguridad Ciudadana"
(sin mayor importancia pero con 12 individuos de verde y 6 coches
patrulla cortando el tráfico en ambas direcciones) nos puso en
alerta. No iba a ser una velada cualquiera.
Este
imprevisto hizo que el conductor “volara” por el asfalto,
cortando las luces de neón que pasaban cual estrellas fugaces por
las ventanillas. Al llegar (mareado) miré la noche estrellada y vi
como estás se movían formando figuras en coreografías imposibles.
Pensé que iba a vomitar.
Tras
unas cuantas presentaciones y los correspondientes apretones de mano,
todo estaba listo para comenzar. Me habían avisado de lo auténtico
del local, pero describirlo me llevaría un largo capítulo,
sufrimiento que ahorraré al querido lector.
La
“jam” había comenzado, y los 6 músicos se probaban a sí
mismos, como amantes que se conocen en una salvaje noche de verano.
El primer pase, fue movido pero sobrio, una grata sorpresa desde el
arranque, con un ritmo poderoso que se apoderaba de mi cuerpo, aunque
la verdadera esencia llegaría en el segundo pase, donde surgieron
los verdaderos protagonistas.
En
una esquina, un grupo de féminas, hippies todas ellas, que se habían
estado automedicando hasta el momento, decidieron dar un paso
adelante, saltar a la palestra, y empezaron a contornear sus drogados
cuerpos como esqueletos que se han despertado tras décadas de
descanso. En trance, tanto estas como los músicos, poseídas como
chamanes en celo, el resto de los presentes seguíamos
inevitablemente sus danzas marciales.
En
otra esquina, una pareja de maduritos con todas las guerras posibles
vividas y con kilómetros de garitos a sus espaldas, se preparaban
para rejuvenecer otro sábado más. Uno, tenía la mirada de Thom
Yorke y veía por un ojo redondo y por el otro cuadrado (guiño a los
lectores del señor Hunter); el otro, bastante tenía con mantenerse
consciente y seguir el ritmo del titán/gregario que tenía por
compañero de fatigas.
Scooby,
un perro “payeiro” nacido en un aparcamiento y que según los
lugareños ni un Ferrari seria capaz de cogerlo, se asomaba con
cautela a la puerta a la menor ocasión, adentrándose en la bruma
solo cuando los decibelios descendían. No puedo olvidarme de Mick
Dundee, que aportaba autenticidad a la sala con un look rompedor en
cualquier franja horaria del planeta.
La
banda seguía aportando magia al asunto, invitando a los músicos
presentes a unirse, aunque solo lo hizo uno, un personaje con pinta
de tener mil y un vinilos de Little Walter o Howlin Wolf y que dejó
su impronta con su armónica en la peculiar versión del “Lady”
que popularizó masivamente Modjo.
Y
para que uno se haga a la idea del surrealismo reinante, el broche lo
pusieron una pareja un tanto llamativa. Ella, la versión femenina de
Miguel Ángel, una escultura de 1,85 con kilométricas piernas; él,
una versión en miniatura de cualquier borrachuzo, un molde de 1,30
(aportando un poco de pimienta). Ambos, poco ortodoxos en sus bailes
y con una nula sincronización en sus movimientos, se magreaban sin
pudor para asombro mayúsculo de los presentes. En fin, que uno tenía
la impresión de estar viviendo ese tipo de momentos especiales que
recordará con nostalgia con el paso del tiempo.
“¿Y
que tal el grupo?” se preguntaran. Pues muy recomendables.
Yorubatukada se llamaban. Así que si ven su nombre en cualquier
programación de conciertos, sigan el impulso natural, entren sin
complejos y vivan una bonita experiencia digna de ser contada.
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