BASADO EN HECHOS REALES / El Retratista

Basado en hechos reales. O no. Porque muchas veces la imaginación hace el resto y probamos con una realidad paralela, por el "y que pasaría si...". Situaciones cotidianas que se cruzan con la ficción. 

EL RETRATISTA

Acostumbraba a trabajar cuando la jornada acababa para la mayoría. Horas en las que sólo se escuchaban los grillos y el ronroneo perezoso de algún que gato callejero. Sólo unas cuantas farolas alumbraban el sueño profundo y los ronquidos  de la ciudad. Y en la oscuridad de la noche, un flexo se enciende.  

El sueño (o mejor dicho, la falta de él) le imponían este horario. Solía encontrar la inspiración (y la compañía) en los viejos vinilos de jazz. Así, casi siseando, volaban por la oscuridad las notas de los mejores trabajos de Nat King Cole, John Coltrane o Miles Davis.

Le gustaba profundizar en su propia obra, intentando conocer mejor a los protagonistas de sus lienzos. De esta forma, le gustaba recordar los momentos compartidos con aquellos a los que conocía, historias de lo que pudo ser y no fue, anécdotas futuras pendientes de vivir. Intentaba hacerse una idea de la personalidad de aquellos a los que no tenía el placer de conocer, espiándolos en los momentos de intimidad, en aquellos instantes en los que nos mostramos como realmente somos.
Cuando dibujaba a una persona mayor, se la imaginaba en sus aventuras de joven picaruelo asilvestrado, o cómo pasarían el tiempo libre los jóvenes de la época.
Vislumbraba el futuro de aquellos bebes y niños que le iban apareciendo en el papel trazo a trazo. Inocentes siluetas al principio, adorables criaturas rechonchas y papudas después.

A los hombres de cejas pobladas los imaginaba como intelectuales, gente afable con una buena conversación. Con las féminas, quería pensar que aquellas con largas pestañas gozaban de un cierto estatus social, de buena familia y modales refinados, ninfas inalcanzables.

Disfrutaba, por lo complicado, pintando ojos claros, aunque se perdía en ellos, alegando que tanto los ojos verdes como los azules tenían la cualidad de los de los gatos: imposibles de descifrar. Al contrario que los más oscuros, que poseían toda la fuerza y la expresividad necesaria para poder averiguar su carácter.

Intentaba plasmar la furia de una mandíbula afilada, la candidez y la dulzura de unos bonitos hoyuelos, o lo simpático de una nariz chata.

Sin embargo, se ofuscaba a la hora de emprender unos labios, que siendo una de sus partes favoritas, nunca era capaz de dotarlos de la sensualidad necesaria.

Así pasaba las noches, los años, rodeado de rostros a los que un día dio vida, y que le observaban impasibles, con cierta pena por el artista (su creador), al verlo envejecer sin más compañía que la de sus propias obras, condenado pues, a que lo vean morir solo. 



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