ARTÍCULO SOCIEDAD / Amor Y Garganta

AMOR Y GARGANTA

"Enfriar", dice quienes hablan de sentimientos como si fueran chefs y lo mismo mandan el deseo al congelador que licuan la impaciencia con nitrógeno. Pero, cómo hacerlo cuando te inviste lo grandioso y en tu alma ya no atardece. De qué modo vas a enfriar las palpitaciones, el pensamiento en espiral que empieza y acaba en sí mismo y, de tan idealizados, no acierta a recordar con transparencia ni el último beso. Un hechizo que produce agujetas, sudor en las manos y en las sienes, que te quita el hmabre, que te hace levantarte de la cama de un salto. Cómo se le puede llamar amor a una patada en el estómago. Gozar y sufrir, andar y desandar, aire en las manos. El enamorado se recrea en un dolor hermoso, entre la voracidad y la melancolía de saber que aquello no durará siempre. Pero ni la experiencia es capaz de sobreponerse al éxtasis. La piel más dulce que nunca. Los ojos más brillantes. Las costumbres barridas. 

Qué insignificantes se vuelven los harapos del pasado, esos otros nombres que un día amaste y luego padeciste. La tenaz asignatura del olvido, cuando te entrenaste para borrar, excepto en los días malos. Entonces, volvió a aparecerse lo que pudo haber sido. Y qué estúpidas parecen ahora aquellas corralas, cómo perdimos el tiempo, nos decimos con la alegría pintada en las mejillas, hábiles al lograr que los silencios sean más turquesa. Enamorarse es parecido a sentir que cada día llegan los Reyes Magos. 

Ya no te conformas con el indoloro método de vivir de puntillas, sin hacer ruido. Hablas más fuerte, ríes con más garganta, y no hay penumbra que no pueda iluminarse. Renunciarías a ver el mar por estar a su lado. (...) Ahora dices que la amarás con todo lo que es, con el equipaje y las cicatrices. Dramático que eres. Como todos. 

En el poemario Traductor de sueños por Babilonia, de Sergio Oiarzabal, leo: "Es preciso amar como la vez primera, como si fuese la última vez, es preciso; con el corazón sepultado por mil piedras o atravesado por estrellas fugaces; y almar hondo, hondo; y almar dulce, dulce; y almar sin reservas y sin memoria alguna". Todo eso es preciso: almar. Solo el miedo paralizante puede llegar a enfriar la fiebre del enamorado que ya dejó de andar de puntillas sin temerle al incendio. Dulce tortura, pero tortura al fín y al cabo, es sentir que falta el aire cuando el otro no sabe, no contesta. Tan ridícula como inevitable es la idea de que un hilo misterioso les ha cosido, que la vida es turquesa, que las sirenas existen. 

Joana Bonet
Columnista de la revista ICON

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