LITERATURA / Henry Miller
HENRY MILLER
Trópico De Capricornio
Con "Trópico De Capricornio" (1938) Henry Miller confirmó su valía tras el exitoso precedente que había supuesto "Trópico De Cáncer" 4 años antes. Miller habla de sus peripecias de manera más o menos autobiográfica: experiencias sexuales, laborales y familiares. Y lo hace a través de un empleado de la Western Union, el cual parece tener las mismas preocupaciones (osea, más bien pocas) por la vida. Y lo hace de una manera filosófica, sin orden ni concierto, afrontando diferentes capítulos que van desde su más tierna infancia hasta su vida adulta. Provocativo y con un estilo nada convencional, Miller facturó otra obra imprescindible. De complicada lectura eso sí.
Con los refinamientos propios de la madurez, los olores fueron esfumándose para quedar sustituidos por otro olor, el único claramente memorable y placentero: el olor a coño. Y, de modo muy especial, el olor que queda en los dedos después de magrear a una mujer, pues, no sé si se habrá observado antes, pero ese olor es más grato incluso, quizás porque ya llevaba consigo el perfume del pretérito, que el propio olor a coño. Pero este olor, que corresponde a la madurez, es un olor tenue comparado con los olores vinculados a la infancia. Es un olor que se evapora casi tan rápidamente en la imaginación como en la realidad. Se puede recordar muchas cosas de la mujer que ha amado uno, pero es difícil recordar el olor de su coño.....con alguna certeza. En cambio, el olor a cabello mojado, a cabello mojado de mujer, es mucho más fuerte y duradero.
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Éramos un par de maníacos mudos trabajando sin parar en la oscuridad como sepultureros. Era un paraíso del follamen y yo lo sabía, y estaba dispuesto a joder hasta perder el juicio, si fuera necesario. (...) No abrió el pico ni una sola vez: ni aquella noche, ni la siguiente, ni ninguna. Bajaba así, sigilosamente en la oscuridad, y tan pronto como se olía que estaba solo, y me cubría completamente con el coño. (...) Un laberinto oscuro y subterráneo, provisto de divanes y rincones acogedores y hojas de morena. Solía meterme en él como el gusano solitario y esconderme en una pequeña hendidura donde reinaba un silencio sepulcral; era tan apacible y tranquila, que me tendía como un delfín en un banco de ostras. (...) A veces era como bajar por el tobogán, una profunda zambullida y después una rociada de hormigueantes cangrejos de mar, mientras los juncos se balanceaban febrilmente y las agallas de los pececillos me lamían como agujeros de armónica. En la inmensa gruta negra había un órgano de seda y jabón tocando una música rapaz y tenebrosa. Cuando se lanzaba al fondo, cuando soltaba todo el jugo, producía una púrpura violácea, un tinte morado intenso como el crepúsculo, un crepúsculo ventrílocuo como el que conocen las enanas y las cretinas, cuando menstrúan. Me hacía pensar en caníbales mascando flores, en bantúes enloquecidos, en unicornios salvajes apareados en camas rododendros.
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La noche de nuevo, la noche incalculablemente desierta, fría, mecánica de Nueva York, en la que no hay paz, ni refugio, ni intimidad. La inmensa y helada soledad de la multitud de un millón de pies, el fuego frío y superfluo de la ostentación eléctrica, la abrumadora insensatez de la perfección de la mujer que, mediante la perfección, ha cruzado la frontera del sexo y ha pasado al rojo, como la electricidad, como la energía mental de los hombres, como los planetas sin aspecto, como los programas de paz, como el amor por la radio.
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El sistema fallaba desde el principio al fin, pero no era a mí a quien correspondía criticarlo. Lo que me incumbía era contratar y despedir. Me encontraba en el centro de una plataforma giratoria lanzada a tal velocidad, que nada podía permanecer de pie. (....) Y el desorden momentáneo causaba epilepsia, robo, vandalismo, perversión, negros, judíos, putas y Dios sabe qué más. Con lo que, de acuerdo con aquella lógica, se cogía una gran escoba y se barría el establo hasta dejarlo bien limpio, o se cogían porras y revólveres y se hacía entrar en razón a los pobres idiotas víctimas de la ilusión de que el sistema fallaba desde la base. De vez en cuando, estaba bien hablar de Dios, o reunirse para cantar en coro.
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Se puede esperar toda una vida por un momento así. La mujer que esperabas conocer está ahora sentada enfrente de ti, y habla y tiene el mismo aspecto exactamente que la persona con quien soñabas. Pero lo más extraño de todo es que nunca antes te habías dado cuenta de que habías soñado con ella. Todo tu pasado es como haber estado durmiendo durante mucho tiempo y no lo habrías recordado, si no hubieras soñado. Y también el sueño podría haber quedado olvidado, si no hubiese había memoria, pero el recuerdo está ahí, en la sangre, y la sangre es como un océano en que todo se ve arrastrado, salvo lo que es nuevo y más sustancial incluso que la vida: la REALIDAD.
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Si alguien la descubría, se quedaba quieta como una piedra en la base de un árbol, con los ojos no del todo cerrados, pero inmóviles, con esa mirada fija de basilisco. Si la aguijoneaban un poco, se convertía en una rosa, una rosa intensamente negra con los pétalos más sedosos y de una fragancia irresistible. Era asombroso lo maravillosamente que aprendía a recitar el parlamente adecuado; por rápida que fuese la metamorfosis, yo siempre estaba allí en su regazo, regazo de ave, regazo de bestia, regazo de serpiente, regazo de rosa, que más daba: regazo de regazos, labio de labios, punta a punta, pluma a pluma, la yema en el huevo, la perla en la ostra, garras de cáncer, tintura de esperma y cantárida. La vida era un escorpión en conjunción con Marte, en conjunción con Venus, Saturno, Urano, etcétera; el amor era conjuntivitis de las mandíbulas, agarra esto, agarra aquella, agarra, agarra, las garras mandibulares de la rueda mandala del deseo.
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