CRÓNICA CONCIERTOS / TOUNDRA + El Altar Del Holocausto
T O U N D R A
+ EL ALTAR DEL HOLOCAUSTO
Teatro Albeniz (Gijón)
18 de enero de 2019
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TEXTO y FOTOS: Jonathan Pérez del Río
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No hay nada comparable a las primeras veces. Ese verse sorprendido por emociones que nunca antes habías experimentado. Por ello, cuando uno ve a una banda en directo casi una decena de veces (el caso del que esto escribe con Toundra), ese factor sorpresa hace tiempo que deja de serlo. Pero ocurre como con tus películas favoritas: puedes disfrutar viéndolas una y otra vez aunque ya sepas lo que va a pasar.
Así que nos citamos en el Teatro Albeniz de Gijón para volver a experimentar lo que ya habíamos experimentado dos años antes en la Sir Laurens de Oviedo, o más recientemente en el Tsunami Xixon. Pero antes estaba los teloneros (aunque queda mejor decir grupo invitado). Y estos no eran de los que pasan desapercibidos.
En el Teatro Albeniz he visto de todo, pero nunca me imaginé que al cruzar sus puertas me fuese a encontrar con una postal eclesiástica. Débiles focos de tonalidades azules iluminan el escenario, donde nos reciben como estatuas en plena oración los tres miembros de El Altar Del Holocausto, ataviados y encapuchados con largas togas blancas, preparados para ofrecer su peculiar ceremonia. El escenario, plagado de cruces y flores, también ayuda para crear una atmósfera fantasmagórica que no se ve todos los días, lo que invita a que todos y cada uno de los presentes saque su móvil para inmortalizar el momento.
Tras una intro, los amplis empiezan a escupir una mezcla de Doom y Post Rock, como si Russian Circles se encontrasen con Pelican. Entre el poso que dejan las descargas eléctricas y los ritmos pesados, se filtran silencios que caen a plomo, y unos mensajes bíblicos que no dejan a nadie indiferente (“El que es bueno, es libre aun cuando sea esclavo; el que es malo, es esclavo aunque sea Rey"). Su poderosa puesta en escena, así como su performance, ayudan a compensar ciertas partes que invitan al apalanque.
Y de las densas aguas sagradas al mar embravecido. Porque ahí es donde lleva Toundra a su (heterogénea) tripulación. Que una banda que hace Rock instrumental llegue a reunir a tanta gente en cada concierto (heavies, indies, y todo lo que esté por el medio de ambas masas sociales) no deja de ser noticiable. Es más, debe serlo.
Sonaba de fondo la preciosa “Breathe” de Pink Floyd y con esta difuminándose atacaron Toundra a degüello con “Cobra”, la canción más explosiva de su quinto y último largo, “Vortex”. No es que gravitase el repertorio en torno a su último trabajo, pero sí que este concierto sirvió para darnos unas pistas acerca de qué canciones pasaran a formar parte de un repertorio que comienza a ser apabullante.
“Tuareg”, “Kingston Falls” (que conecta automáticamente con el público cuando este empieza a entonar "lo lo los" acompañando el punteo inicial), o la inmensa “Mojave” (mi favorita del álbum y la encargada de cerrar antes de los bises) ya empastan perfectamente con clásicos de la banda como “Bizancio”, “Kitsune”, “Oro Rojo” o “Magreb”. ¡Y las que se quedaron fuera!
Sobre el escenario, los cuatro miembros parecen ir por libre: Macón y Esteban (extra motivado siempre que "juega" en su tierra) optan por la ruta difícil, haciendo arabescos a medida que sortean alambres de espinos; Alex, en lugar de esquivar los obstáculos, decide derribarlos; y Alberto, encargado de poner algo de cordura en esta locura de alto octanaje, transita por el camino del centro, el pavimentado, el más seguro. Lo más sorprendente, es que todos llegan al mismo puerto al mismo tiempo.
Aunque no figurasen en el set list, hay dos canciones de propina: la tormenta que trae “Cielo Negro” da paso a la calma de “Cruce Oeste”. Y así lo dejaron. La cosa pudo acabar en naufragio pero Toundra decidieron finalizar con la mar en calma. Y es que, a día de hoy, pueden permitirse el lujo de hacer lo que les dé la gana. Se lo han ganado a pulso.
Así que nos citamos en el Teatro Albeniz de Gijón para volver a experimentar lo que ya habíamos experimentado dos años antes en la Sir Laurens de Oviedo, o más recientemente en el Tsunami Xixon. Pero antes estaba los teloneros (aunque queda mejor decir grupo invitado). Y estos no eran de los que pasan desapercibidos.
En el Teatro Albeniz he visto de todo, pero nunca me imaginé que al cruzar sus puertas me fuese a encontrar con una postal eclesiástica. Débiles focos de tonalidades azules iluminan el escenario, donde nos reciben como estatuas en plena oración los tres miembros de El Altar Del Holocausto, ataviados y encapuchados con largas togas blancas, preparados para ofrecer su peculiar ceremonia. El escenario, plagado de cruces y flores, también ayuda para crear una atmósfera fantasmagórica que no se ve todos los días, lo que invita a que todos y cada uno de los presentes saque su móvil para inmortalizar el momento.
Tras una intro, los amplis empiezan a escupir una mezcla de Doom y Post Rock, como si Russian Circles se encontrasen con Pelican. Entre el poso que dejan las descargas eléctricas y los ritmos pesados, se filtran silencios que caen a plomo, y unos mensajes bíblicos que no dejan a nadie indiferente (“El que es bueno, es libre aun cuando sea esclavo; el que es malo, es esclavo aunque sea Rey"). Su poderosa puesta en escena, así como su performance, ayudan a compensar ciertas partes que invitan al apalanque.
Y de las densas aguas sagradas al mar embravecido. Porque ahí es donde lleva Toundra a su (heterogénea) tripulación. Que una banda que hace Rock instrumental llegue a reunir a tanta gente en cada concierto (heavies, indies, y todo lo que esté por el medio de ambas masas sociales) no deja de ser noticiable. Es más, debe serlo.
Sonaba de fondo la preciosa “Breathe” de Pink Floyd y con esta difuminándose atacaron Toundra a degüello con “Cobra”, la canción más explosiva de su quinto y último largo, “Vortex”. No es que gravitase el repertorio en torno a su último trabajo, pero sí que este concierto sirvió para darnos unas pistas acerca de qué canciones pasaran a formar parte de un repertorio que comienza a ser apabullante.
“Tuareg”, “Kingston Falls” (que conecta automáticamente con el público cuando este empieza a entonar "lo lo los" acompañando el punteo inicial), o la inmensa “Mojave” (mi favorita del álbum y la encargada de cerrar antes de los bises) ya empastan perfectamente con clásicos de la banda como “Bizancio”, “Kitsune”, “Oro Rojo” o “Magreb”. ¡Y las que se quedaron fuera!
Sobre el escenario, los cuatro miembros parecen ir por libre: Macón y Esteban (extra motivado siempre que "juega" en su tierra) optan por la ruta difícil, haciendo arabescos a medida que sortean alambres de espinos; Alex, en lugar de esquivar los obstáculos, decide derribarlos; y Alberto, encargado de poner algo de cordura en esta locura de alto octanaje, transita por el camino del centro, el pavimentado, el más seguro. Lo más sorprendente, es que todos llegan al mismo puerto al mismo tiempo.
Aunque no figurasen en el set list, hay dos canciones de propina: la tormenta que trae “Cielo Negro” da paso a la calma de “Cruce Oeste”. Y así lo dejaron. La cosa pudo acabar en naufragio pero Toundra decidieron finalizar con la mar en calma. Y es que, a día de hoy, pueden permitirse el lujo de hacer lo que les dé la gana. Se lo han ganado a pulso.
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