LITERATURA / Tom Wolfe

TOM WOLFE
La hoguera de las vanidades

En su primera novela, el periodista Tom Wolfe dio en el clavo. "La hoguera de las vanidades" se convirtió en bestseller, aunque se llevó desastrosamente a la gran pantalla. Esta sátira social de más de 600 páginas escarba en las cloacas de Nueva York de la mano de personajes carismáticos y mucho sentido del humor.  

No se podía ver el interior de las furgonetas, porque llevaban las ventanillas protegidas por una espesa malla metálica. Pero Kramer no necesitaba mirar. Las furgonetas llevaban sin duda su cargamento de siempre, una pandilla de negros y latinos, más algún que otro italiano joven de la zona de Arthur Avenue, y muy de vez en cuando algún chiquillo irlandés de Woodlawn, o algún despistado que había tenido la desdicha de elegir el Bronx para meterse en un lio. 
"El rancho", se dijo Kramer a sí mismo. Cualquiera que hubiese estado mirándole habría podido ver cómo movía los labios. 

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Usted cree que el capital es algo que alguien posee porque siempre lo ha poseído. Ustedes poseís todo este país. (...) Ustedes poseían toda esta tierra, y la de más allá... todo Kansas, y Oklahoma... Y ahí todo el mundo se ponía en fila, y ustedes decían: "Preparados, listos, ¡ya!", y un montón de blancos se ponían a correr, y tenían ante sí tierras y más tierras, y lo único que esos blancos tenían que hacer era llegar a las parcelas y, en cuanto las pisaban, ya eran suyas, y su simple piel blanca era su escritura de propiedad... ¿Entiende? Los indios se interponían en su camino, y fueron eliminados. Los chinos servían para tender líneas férreas de un lado a otro del país, pero luego les encerraron en Chinatown y les sellaron las bocas. Y los negros, los negros se pasaron toda su vida encadenados. De manera que ustedes lo poseían todo, y siguen poseyéndolo, y por eso creen que el capital consiste en poseer cosas. Pero se equivocan. El capital consiste en controlar las cosas. 

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Andriutti y Caughey estaban sentados con las piernas cruzadas en idéntica posición, el tobillo izquierdo reposando sobre la rodilla derecha, como si fuesen unos sementales cuyos abultados genitales les impidieran cerrar ni un centímetro más las piernas. Esta era la posición en la que se sentaban los funcionario del departamento de Homicidios, el más viril de los seis que formaban la Oficina del Fiscal de Distrito. 
Ambos habían dejado sus americanas colgadas del perchero al clásico estilo del me-importa-un-huevo-cómo-quede. Llevaban desabrochado el botón superior de la camisa, y aflojado el nudo de la corbata. Andriutti se frotaba el dorso del brazo izquierdo con la mano derecha, como si le picase algo. De hecho, lo único que hacía era admirar sus tríceps, cuyo desarrollo fomentaba con ejercicios de pesas, tres veces por semana, en el New York Athletic Club, (...) en lugar de hacer esos ejercicios entra una Dracanea flagrans y un sofá-cama, por la sencilla razón de que no tenía que mantener esposa e hija en una colonia de hormigas de las Setenta Oeste con sólo 888 dólares al mes. 

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Una de las máximas del León decía: "Con una mentira es posible que engañes a alguien; pero cualquier mentira te dice a ti mismo una gran verdad indiscutible: eres débil". 

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