LITERATURA / Viet Thanh Nguyen

VIET THANH NGUYEN
El Simpatizante


"El simpatizante" (thriller político que ofrece una visión diferente del conflicto de Vietnam) le sirvió a Viet Thanh Nguyen el premio Pulitzer en 2016. Dicen que esta novela de espías tiene algo de John le Carré o de Joseph Conrad, pero a mí personalmente, no me enganchó como ningún libro de los autores mencionados. 

¿Cómo debía de ser vivir en una época en que tu destino no fuera la guerra, en que no te vieras obligado a seguir a cobardes y corruptos, en que tu país no fuera un caso perdido que solamente continuaba con vida gracias al goteo intravenoso de ayuda americana? Yo no conocía a ninguno de aquellos jóvenes soldados que me rodeaban, (...) y sin embargo confieso que les tenía lástima a todos, perdidos como estaban sabiendo que en cuestión de días estarían muertos, o heridos, o en la cárcel, o humillados, o abandonados, u olvidados. (...) Su querida ciudad estaba a punto de caer, pero la mía estaba a punto de ser liberada. (...) De forma que durante un par de minutos cantamos con toda nuestra alma, concentrando nuestros sentimientos en el pasado y apartando la viste del futuro, como nadadores que bracean de espalda hacia una catarata. 
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En aquella ´peoca todavía se llamaba Lan y su indumentaria era de lo más modesto, el mismo ao dai blanco de colegiala que había llenado a tanto escritores occidentales de fantasías cuasipederastas acerca de aquellos cuerpos núbiles que revelaban todas sus curvas sin mostrar ni una pulgada de piel salvo por encima del cuello y por debajo de los puños. Y daba la impresión de que dichos escritores convertían aquella imagen en metáfora implícita de nuestro país en conjunto: disipado y a la vez tímido, sugiriéndolo todo pero no revelando nada en una deslumbrante exhibición de recato, una invitación paradójica a la tentación, una exhibición sobrecogedoramente libidinosa de pudor. Casi ningún escritor varón (...) podía abstenerse de escribir sobre las muchachas, (...) mariposas que hasta el último hombre occidental soñaba con sujetar con un alfiler a su colección. 

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La Novena de Beethoven era la obra musical de los nazis, los comandantes de campos de concentración y posiblemente del presidente Truman mientras se planteaba pulverizar Hiroshima; la música cultivada de las masas embrutecidas. La música country, en cambio, seguía el más humilde ritmo del fogoso y sanguinario corazón de América. Era por miedo a que los apalearan al ritmo de aquella música que los soldados negros evitaban los bares de Saigón donde sus camaradas blancos tenían siempre sonando en las máquinas de discos a Hank Williams y los suyos, a modo de carteles sonoros que decían, en esencia: NEGROS NO. 

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(...) desde el momento en que me desperté del shock de la explosión, me había estado incordiando algo que no podía identificar, una comezón que no era física. Y ahora por fin supe qué era: me había olvidado de algo, aunque no sabía de qué. De los tres tipos de olvido que existen, ése es el peor. Saber lo que has olvidado es bastante común: es el caso de las fechas históricas, las fórmulas matemáticas y los nombres de la gente. Olvidarte de algo sin saber que te has olvidado debe de ser todavía más común, o quizás menos, pero resulta más piadoso, dado que no eres consciente de lo que has perdido. Sin embargo, me daba escalofríos saber que había olvidado algo y no saber qué era. 

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Lo más difícil que tenía hablar con una mujer era dar el primer paso, pero lo más importante era no pensar. No pensar es más difícil de lo que parece y, sin embargo, con las mujeres no hay que pensar nunca. Nunca. Simplemente no funciona. (...) Aún así, (...) era preferible que te rechazaran a no tener la oportunidad de que te rechazaran. Y es así como abordaba a las chicas, y como sigo abordando a las mujeres: con tal negación zen de todas las dudas y miedos que el mismo Buda estaría orgulloso. (...) me limité ahora a seguir mis tres principios básicos a la hora de hablar con una mujer: no pidas permiso, no le digas hola y no la dejas hablar primero. (...)

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