LITERATURA / David Halberstam

DAVID HALBERSTAM
AIR


El periodista ganador del Premio Pulitzer David Halberstam escribió el libro definitivo sobre el mito de Michael Jordan y de la dinastía de los Chicago Bulls. "Air" sirve para hacernos una idea aproximada del impacto que generó el número 23 no solo en el mundo del deporte, sino en la cultura popular. Un libro que inspiró la serie (igualmente recomendable) "The Last Dance"
Por lo tanto, la cuestión Jordan-Russell quedó sin respuesta, aunque el cineasta Spike Lee, notable experto en baloncesto, puso sobre la mesa un argumento devastador: Jordan era el mejor de todos los tiempos porque era un jugador muy completo. No había nada que no pudiera hacer en la cancha: lanzar a canasta, pasar, coger rebotes, defender. En consecuencia, según Lee, cinco como Michael Jordan podrían derrotar a cinco como Bill Russell o a cinco como Wilt Chamberlain. Era una opinión fascinante, pues ponía sobre la mesa la idea del atleta total. 
Tanto si era el mejor como si no, no había duda de que era el deportista más atractivo y carismático del deporte en los años noventa. Era el deportista al que la gente corriente de todo el mundo quería ver jugar, sobre todo en partidos importantes, porque siempre parecía capaz de estar a la altura. 
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(...) saltaba a la vista que lo que de verdad lo distinguía era su indomable voluntad, su negativa a permitir que jugadores rivales o el paso del tiempo mermaran su necesidad de ganar. "Quiere arrancarte el corazón", dijo una vez Doug Collins, "y ponértelo delante". "Es Hannibal Lecter", dijo Bob Ryan (...) refiriéndose al cruel antihéroe de "El silencio de los corderos". 

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Jordan bajó la escalera, alto y atractivo, con una elegancia innata, como si fuera un joven príncipe americano, inmensamente a gusto consigo mismo, y los clientes se volvían para mirarlo. 
(...) La escena fue una revelación para Peter Moore, porque el voltaje de la sonrisa del joven era excepcional. Cuando Jordan sonreía, la raza desaparecía. Michael ya no era un hombre negro, era alguien con quien querías estar, alguien a quien querías como amigo. La sonrisa era realmente carismática: (...) pertenecía a un hombre totalmente cómodo consigo mismo y por lo tanto con todos los demás. 

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Michael Jordan, impulsado por su talento, su belleza, sus anillos de campeón y un creciente número de anuncios publicitarios, hacía mucho que había trascendido la fama de un mero deportista y llevaba camino de convertirse en el estadounidense más famoso del mundo, un icono de fama nacional e internacional casi sin parangón. Su único rival en el mundo era la princesa Diana de Inglaterra. La fama de Jordan, como la de Diana, se había convertido en un monstruo, un ente orgánico y viviente que parecía alimentarse de sí mismo y hacerse cada vez más grande. Cuanto mayor era su éxito, más expectación despertaba; cuanto mayores eran los desafíos que abordaba, más se esforzaba por brillar. (...) Ya no estaba compitiendo contra su hermano Larry o contra Leroy Smith en el patio trasero, ni contra Patrick Ewing en la universidad, ni contra Magic Johnson o Isiah Thomas en la liga profesional. Ahora competía contra el adversario más mortífero de todos: él mismo. Cuando más conseguía un año, más se esperaba que consiguiera el siguiente. 

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Jordan no era una figura del panteón de deportistas al estilo de personajes históricos como Ali, Robinson y Johnson, hombres cuyas penalidades en el ámbito racial habían sido tan emocionantes como sus gestas deportivas. Aún así, lo que Jordan dejaba en el recuerdo del aficionado medio tampoco era exactamente una colección de extraordinarias imágenes como deportista, sino más bien la impresión de haber visto un cometa humano que repetía milagrosamente sus actuaciones estelares, un cometa cuyo resplandor teníamos el privilegio de ver una noche y otra y otra más. (...) Además, parecía que algún genetista hubiera inyectado en su ADN una solución mágica de supercompetitividad, de modo que llegó a representar, más que ningún otro deportista de los tiempos recientes, al hombre invencible, alguien que no conocía la palabra "derrota". 

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