LITERATURA / Nick Hornby

NICK HORNBY
Fiebre en las gradas


Conocí a Nick Hornby por "Alta fidelidad" (del que ya hablamos aquí http://buscandosirenas.blogspot.com/2020/02/literatura-nick-hornby.html), lo conocí un poco más gracias a "Juliet, desnuda" (también llevada a la gran pantalla y que también analizamos aquí http://buscandosirenas.blogspot.com/2020/11/literatura-nick-hornby.html), y ahora, acabando por el principio, recurrimos a su debut como escritor, "Fiebre en las gradas", su carta de amor al fútbol en general y a su querido Arsenal en particular. Los amantes de este deporte lo disfrutarán, al resto seguramente les resulte de difícil digestión. 
Vi la desazón pintarse en su rostro y empecé a entender de qué manera puede el fútbol ser algo tan crucial para los chicos de esas edades: ¿en qué otra cosa podríamos perdernos, cuando los libros ya han empezado a ser algo difícil y las chicas aún no nos han hecho ver que son el centro de nuestro vida, tal como sí había descubierto yo? Allí sentado, me di cuenta de que todo había terminado para mí, todo lo relacionado con Highbury. 
(...) Había leído poesía suficiente para reconocer un momento enaltecido nada más verlo. Estaba muriéndose mi infancia con toda limpieza, con decencia, y si no sabemos cómo lamentar adecuadamente una pérdida de tanta resonancia, ¿qué vamos a lamentar? A mis dieciocho años por fin había crecido. En la edad madura ya no habría sitio para el tipo de obsesión con que yo había convivido, y si no me quedaba más remedio que sacrificar a Terry Mancini y a Peter Simpson para aspirar a entender a Camus como es debido, para acostarme con montones de estudiantes de bellas artes, todas más o menos nerviosillas, por no decir neuróticas y voraces, que así fuera. 
La vida estaba a punto de empezar, así que por fuerza tuve que renunciar al Arsenal. 
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Su habitación me ayudó a entender que las chicas eran mucho más estrafalarias que los chicos; caer en la cuenta de ese hecho me dio un buen viaje. (...) ¿Cómo cojones había terminado yo por fiarme de dos novelas de Chandler y del primer disco de los Ramones para que me dieran algún tipo de identidad propia? Las habitaciones de las chicas contenían infinidad de claves sobre su carácter, su trasfondo personal, sus gustos; los chicos, por el contrario, éramos tan intercambiables y tan amorfos como los fetos, y nuestras habitaciones, quitando el típico póster de la cadena Athena, yo tenía uno de Rod Stewart, que me gustaba considerar como algo agresivo y auténticamente barato, rozando lo hortera, estaban tan vacías como el útero materno. 

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Puede que sea absurdo, pero aún no me he animado a decir que el fútbol sea un deporte maravilloso, y por supuesto que lo es. Los goles tienen ese valor que tiene lo raro, sin punto de comparación por ejemplo con las canastas en baloncesto, las carreras en béisbol, los sets en tenis, y siempre quedará el suspense y la emoción de ver a alguien cuando consigue hacer algo que sólo se suele hacer tres, cuatro veces a los sumo en todo un partido, y eso con suerte, porque si no hay suerte no se hace ni una sola vez. Me encanta el ritmo que tiene, la inexistencia de fórmulas preconcebidas, me encanta cómo pueden los bajos con los altos, los enclenques con los fuertes (...), cosa que no ocurre en ningún otro deporte de contacto; me encanta que el mejor equipo no siempre sea el que gana. (...) Permite que los jugadores parezcan realmente estéticos, y lo hace de una forma que casi consigue que en casi todos los deportes resultaría imposible: un cabezazo en plancha, perfectamente coordinado, una volea perfectamente conectada, permiten que el cuerpo alcance una postura y una elegancia que muchos deportistas jamás podrían exhibir. 
Pero eso no es todo. Durante partidos como aquella semifinal contra el Everton, (...) tengo la sensación de estar en el centro del universo. (...) cuando estoy en Highbury en un partido como éste, tengo la sensación de que el resto del mundo se ha parado, de que está congelado a las puertas del estadio, en espera de saber cuál ha sido el resultado. 

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El deporte y la vida, sobre todo la vida en el arte, no son exactamente análogos. Una de las grandezas del deporte es su cruel realidad: (...) En el deporte, las cosas están más claras que el agua. (...) En cambio, hay infinidad de malos actores, malos músicos o malos escritores que sin embargo se ganan la vida decentemente: son gente que sabe estar en el momento adecuado y a la hora adecuada, gente cuyo talento ha sido sobrevalorado. (...)
Gus Caesar no fue un futbolista arrogante, es lo que cuenta. Gus tuvo que entender que era bueno, tal como cualquier grupo de música pop que haya tocado alguna vez en el Marquee sabe que está destinado a tocar en el Madison Square Garden y a salir en portada del New Musical Express, tal como cualquier escritor que haya enviado un manuscrito a Faber and Faber sabe que le falta un par de años para conseguir el premio Booker. Se tiene absoluta confianza en esas sensación; se siente la fuerza y la determinación que da, como si fuese un chute de heroína que te recorre las venas... Y resulta que no significa nada de nada. 

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