CRÓNICA CONCIERTOS / Luis Brea
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En un garito con encanto dónde los haya –el refugio de La Salvaje-, Luis Brea nos cantó unas canciones que, para su gestación, le habrán costado tinta, sudor y lágrimas.
En cada una de ellas lanzaba versos que flotaban en una atmósfera ligera, y los/as sesenta personas allí presentes los recogíamos al vuelo y se los devolvíamos a su autor en forma de coro. Sus canciones pasaban a ser parte de cada uno de nosotros, y luego, en un proceso de catarsis colectiva, pasaban a ser de todos.
Es una manera romántica de verlo. Puede que a Luis le guste este enfoque: sus letras en las voces de otros y no en papel roto.
Así se retroalimentan este tipo de conciertos íntimos, en los que Luis, a pesar de no contar con el amparo de una banda, ni con la distorsión o el músculo que aportan las versiones de estudio, se encuentra como pez en el agua, porque a fin de cuentas, él las parió así, a pelo.
Reconozco que yo acudí al concierto sin los deberes hechos, y para lo bueno y para lo malo, conocía el 25% del repertorio. De esta forma me acerqué a su cancionero con más cautela y atención. Y me llevé agradables sorpresas. Como la folklórica “El vaivén”, como “El verano del incendio” (en la que hicieron acto de presencia la pareja protagonista del videoclip) o la preciosísima “After crisálida”, con Luis metido tan dentro de la interpretación que llegó a emocionarse en un par de versos. “Ay, le daría un abrazo”, comentó una chica entre el público.
No faltaron las que sí conocía de sobra, como “Automáticamente”, la Julioiglesiana “Dicen por ahí” y, por supuesto, “Mil razones”, una de esas composiciones en las que todo encaja desde el primer acorde, y que sigue atrapándome mil y una escuchas después.
Se despidió con la animada “Supermariachi”. Se fue sin el abrazo de la chica, sin el mío, pero exorcizando, su alma, una noche más.
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