LITERATURA / Juan Rulfo

JUAN RULFO
Pedro Páramo

Una de las obras cumbres de la narrativa hispanoamericana, "Pedro Páramo" le otorgó a Juan Rulfo prestigio mundial y le guardó un rinconcito en la historia. Rulfo aunó lo mejor de Faulkner, Joyce o Woolf y dándoles una vuelta de tuerca, creó un estilo propio. Como haría muchos años después García Márquez exprimiendo al máximo el realismo mágico, Rulfo se inventó un pueblo ficticio, Comala, dónde ocurre toda la acción en una atmósfera surrealista en la que es imposible marcar una línea espacio temporal. La muerte está siempre presente. Conviene dedicarle un tiempo a algunas explicaciones previas para entender la genialidad de esta obra tan retorcida como maestra. 

Después de trastumbar los cerros, bajamos cada vez más. Habíamos dejado el aire caliente allá arriba y nos íbamos hundiendo en el puro calor sin aire. Todo parecía estar como en espera de algo. 
- Hace calor aquí -dije. 
- Sí, y esto no es nada -me contestó el otro-. Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala. Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del Infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al Infierno regresa por su cobija. 

.........

- Ese sujeto de que estoy hablando trabajaba como "amansador" en la Media Luna; decía llamarse Inocencio. Osorio. (...) Era provocador de sueños. (...) Y a tu madre la enredó como lo hacía con muchas. Entre otras, conmigo. Una vez que me sentí enferma se presentó y me dijo: "Te vengo a pulsear para que te alivies". Y todo aquello consistía en que se soltaba sobándola a una, primero en la yemas de los dedos, luego restregando las manos; después los brazos, y acababa metiéndose con las piernas de una, en frío, así que aquello al cabo de un rato producía calentura. Y mientras maniobraba, te hablaba de tu futuro. Se ponía en trance, remolineaba los ojos invocando y maldiciendo; llenándose de escupitajos como hacen los gitanos. A veces se quedaba en cueros porque decía que ése era nuestro deseo. Y a veces le atinaba; picaba por tanto lados que con alguno tenía que dar. 

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