VIAJES / Estambul
Estambul es una urbe gigantesca: más de 15 millones de habitantes (hay quién pone la cifra en los 20). Para hacerse una idea, Madrid tiene poco más de 3 millones. Estambul tiene 32 distritos y cada uno parece una ciudad diferente. La capital otomana es tan grande que une dos continentes.
Los gatos son los putos amos de la ciudad: verdaderos reyes a los que se les mima, se les alimenta y se les permite el acceso a absolutamente todos los lugares de la ciudad: desde supermercados hasta bares. Incluso tienen su propio museo. La otra cara de la moneda son los perros, que también campan a sus anchas y son alimentados por personal de la ciudad. Los canes –con sobrepeso visible- vagan como almas en pena, con la mirada perdida y sin el cariño que habitualmente reciben en sus hogares en otras partes del globo.
Mezquitas. Será por mezquitas en Estambul. Más de 3.000 mezquitas que desbordan grandeza, cultura e historia. Mismamente en Sultanahmet, frente a frente, Mezquita Azul y Santa Sofía. Entrar en la primera es gratis (las colas pueden ser largas pero se mueven rápido), y de azul, además del nombre, solo tiene unos cuántos azulejos (con “solo” me refiero a unos 20.000) y, eso sí, su imponente iluminación nocturna; la segunda -de pago tras unos años siendo de acceso libre para que los políticos de turno se ganasen el voto popular- sí que tiene moqueta azul, pero está permitido su acceso únicamente a aquellos/as que acudan al rezo (a las 6 de la mañana comienza la primera de las seis llamadas que pueden escucharse en toda la ciudad gracias a la megafonía). Vale 25 euros. Cada uno que decida si le merece la pena.
También en Sultanahmet pisamos terreno abonado a la historia: el que fuese el gran Hipódromo de Constantinopla.
Perderse en el laberinto del Gran Bazar vigilando de cerca a los pequeños raterillos que andan a la caza del turista y que también operan en el barrio de Pera, especialmente a horas punta en los alrededores de la Torre de Galata. Allí, además de trileros, hay una buena cantidad de museos y galerías de arte (la mayoría gratuitas) que sirven para empaparte de la historia de la ciudad evitando aglomeraciones.
Un tour por el Bósforo siempre es una elección acertada para contemplar las costas de Estambul desde el agua, clausurando la tarde con un atardecer desde Üsküdar viendo cómo se esconde el sol tras la Torre de la Doncella.
Si el objetivo es alejarse de los tópicos para viajeros, hay tres barrios que deberías visitar. Son patrimonio de la UNESCO y sin embargo son visitados por apenas un 5% de los turistas: Fatih, Fener y Balat. Situados a la orilla del Cuerno de Oro, al oeste de Eminönü (parada de tranvía clave para hacer trasbordos).
Es muy raro encontrarse a un turista por Fatih, y es allí dónde se encuentra la esencia local. Más explorados están Fener y Balat, con sus fachadas coloridas y su riqueza arquitectónica.
Si se quiere ambientuco, garitos con encanto y tiendas vintage, Ortaköy (con su preciosa mezquita con vistas al Bósforo) y Beşiktaş (también excelente en cuanto a calidad precio) son una parada a tener en cuenta.
Para el que quiera tiendas de ropa, la típica calle que hay en todas las grandes urbes europeas es İstiklal, que como curiosidad, tiene un icónico tranvía que la atraviesa por el medio de punta a punta. Otro cliché es la Cisterna Basílica, un palacio sumergido que servía para abastecer de agua al palacio de Topkapi.
No todo es igual de atractivo. En contraste, por las calles de Estambul se pueden apreciar los daños a causa de los devastadores terremotos que sufrió el país en febrero del pasado año.
Aquí van algunos consejos.
Calzado cómodo pues hay mucho que patear y unas cuestas infernales con mucho adoquín; hacerte con una tarjeta para poder navegar con el móvil (salvo que queráis guiaros con el mapa o preguntando a la gente como se hizo toda la vida); usar el transporte público para moverte con mayor rapidez, y a ser posible el tranvía o el metro pues el asfalto es una jungla de caos absoluto y los buses y taxis llegan cuando buenamente pueden; cuidado al cruzar la calle como los turcos (es como el videojuego de la rana que cruza los carriles, a poder ser sin ser atropellada); llevar euros encima, pues la moneda turca (la lira) está perdiendo valor y los turcos están encantados de recibir una moneda más poderosa, incluso aunque tengan que rebajarte el precio de ciertos artículos.
Se puede exprimir Estambul en cuatro intensos días, y aún así me he vuelto con la certeza de que me quedaron imprescindibles como el Palacio de Topkapi o la mezquita más grande de todas, Çamlıca, en la parte asiática y muy alejada del centro.
Mejor así, siempre es bueno tener motivos para volver.
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