LITERATURA / John Le Carré


JOHN LE CARRÉ
El Espía Que Surgió Del Frío


Considerada una de las obras capitales en la historia de las novelas de espías, la cima del británico John Le Carré llegó en 1963, cuando salió "El Espía Que Surgió Del Frío", posiblemente el mejor relato que escribió, y eso es mucho decir de alguien que facturo obras como "El Topo", "El Sastre de Panamá" o "El Jardinero Fiel", muchas de ellas conocidas al ser llevadas a la gran pantalla.
En esta novela, protagonizada por un espía cansado y frustrado (Alec Leamas) que afronta el que probablemente será su último trabajo, John Le Carré nos obliga a agudizar todos nuestros sentidos en la lectura, pues hasta la conversación más trivial resulta imprescindible para no perder el hilo. 

(..) Había caído la oscuridad, y con ella, el silencio. Hablaban como si tuvieran miedo de que les oyesen. Leamas se acercó a la ventana a esperar: ante él estaba la carretera, y a ambos lados el muro, una cosa fea y sucia de bloques de cemento perforado y cabos de alambre de espino, alumbrada con una barata luz amarilla, como un telón de fondo que representase un campo de concentración. A oriente y occidente del muro quedaba la parte sin restaurar de Berlín, un mundo medias, un mundo de ruina, dibujado en dos dimensiones: despeñaderos de guerra. 
......

Ashe era un ejemplar típico de ese estrato de la Humanidad que actúa en las relaciones humanas conforme a un principio de acción y reacción. Donde había blandura, avanzaba; donde encontraba resistencia, se retiraba. Sin tener el mismo ninguna opinión ni gusto especial, se atenía a lo que les fuera bien a los que acompañara. Estaba tan dispuesto a tomar té en Fortnum como cerveza en el Prospect de Whitby; escuchaba música militar en St.Jame's Park lo mismo que jazz en algún sótano de Compton Street. (...) A Leamas, este papel notoriamente pasivo le resultaba repelente.

Hacía frío esa mañana; la leve niebla era húmeda y gris,  picaba en la piel. A Leamas, el aeropuerto le recordó la guerra: máquinas medio ocultas en la neblina, esperando pacientemente a sus amos; las voces resonantes y sus ecos, el grito súbito y el incongruente golpeteo de unos tacones de muchacha en el pavimento de piedra; el rugido de un motor que podía estar al lado mismo de uno. En todas partes, ese aire de conspiración que se produce entra la gente que está levantada desde el amanecer, casi de superioridad, nacida de la experiencia común de haber visto desaparecer la noche y llegar la mañana. 
......

(...) A eso de las once y media decidió salir a pasear por la orilla del mar, compró unos cigarrillos y se quedó mirando absorto al mar.
Había una muchacha de pie en la playa, echando pan a las gaviotas. Le daba la espalda. El viento marino jugaba con su largo pelo negro y tiraba de su abrigo, convirtiendo su cuerpo en un arco tenso hacia el mar. Supo entonces qué era lo que le había dado Liz: lo que tendría que volver a encontrar si regresaba alguna vez: era el preocuparse de las pequeñas cosas, la fe en la vida corriente, la sencillez que le hace a uno partir un pedazo de pan en una bolsa de papel, bajar a la playa y echárselo a las gaviotas. Era ese respeto por lo sencillo que nunca le habían permitido tener.

......

- ¡Válgame Dios....! -gritó Leamas-. ¿Qué otra cosa han hecho los hombres desde que empezó el mundo. Yo no creo en nada, ¿no ves?; ni siquiera en la destrucción o la anarquía. Estoy harto, harto de ver matar, pero no veo qué otra cosa pueden hacer. No hacen prosélitos, no se suben a púlpitos ni a tribunas del Partido a decirnos que luchemos por la Paz o por Dios o por lo que sea. Son los pobres zoquetes que tratan de evitar que los predicadores se hagan volar unos a otros por los aires. 

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