CRÓNICA CONCIERTOS / Michel Camilo

MICHEL CAMILO
Iglesia (Navia)
Viernes 10 de agosto de 2018
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TEXTO y FOTOS: Jonathan Pérez del Río
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Hubo un amigo que un día me contó una teoría en la que cree firmemente: todos nacemos con una habilidad especial, aunque la mayoría de nosotros nunca llegue a descubrir cuál es. Para que se dé el caso los planetas tienen que alinearse. Ocurrió cuando Jimi Hendrix se colgó una guitarra, cuando Gabriel García Márquez se sentó ante una máquina de escribir o cuando Michael Jordan pilló un balón de baloncesto. Sirvan estos ejemplos para entender la simbiosis que se produce cuando Michel Camilo y un piano se encuentran.  

Mentiría si dijese que recuerdo la fecha, pero sí que recuerdo a la perfección mi primera toma de contacto con el Latin Jazz: Michel Camilo y “Caribe”. Aquello, sencillamente, me voló la cabeza. Amor a primera escucha. Y esa fue precisamente la pieza que eligió el dominicano para abrir su concierto en la iglesia de Navia. No es fácil para mi procesar lo que acabo de escribir: ¡¿Michel Camilo en Navia?! Pues sí. Un logro conseguido gracias al Festival Horacio Icasto, un festival que sin hacer mucho ruido está confeccionando un curriculum de asustar. 


Vistas desde arriba (situados donde el Coro Villa de Navia interpreta el himno a la Virgen de la Barca), las manos de Michel Camilo parecen dos arañas tejiendo telas de acordes a cámara rápida. Puede desatar una tormenta aporreando el piano con la fuerza de un martillo pilón, o hilvanar preciosas melodías acariciando las teclas con la misma sutileza que una pluma al dejarse caer. Aunque esté él solo al piano, Camilo se las arregla para orquestarlo todo. Un pulpo sobre un teclado que nos hace olvidar que no hay una banda respaldándole.


Entre canción y canción, Camilo nos va contando algunas de sus vivencias. Hasta que ocurre el inesperado apagón. Lo sufrieron especialmente aquellos que estaban viendo el concierto en la pantalla que se habilitó en el exterior de la iglesia: ellos se habían quedado ciegos y sordos de golpe. Desde la Asociación Amigos del Concierto se reaccionó a tiempo y tuvieron el buen detalle de dejarles acceder hasta la parte de arriba, el único sitio donde todavía cabía un alfiler.   


Aunque la iglesia estuviese a rebosar. el respeto hacia la figura del pianista era tal, que entre las notas que escupía el piano, reinaba un silencio casi absoluto. Solamente se filtraban esos pequeños sonidos naturales: gente tosiendo, una mujer abanicándose, unas llaves al caer, una rodilla que estalla, un banco que cruje, intentemos obviar ese móvil que debería de estar ausente...., y entre medias, la magia. La de clásicos como "Take Five" (Dave Brubeck), "Adiós Nonino" (Astor Piazzolla) o "Manteca" (de Dizzy Gillispie, al que se refirió como "su mentor"). 

El concierto termina con una interminable ovación y el público en pie. La reacción lógica cuando se está 90 minutos frente a un extraterrestre. Inolvidable. 



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