CRÓNICA CONCIERTOS / Guadalupe Plata

GUADALUPE PLATA
La Lata De Zinc (Oviedo)
9 de febrero de 2019
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TEXTO y FOTOS: Jonathan Pérez del Río
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Eran las diez de la noche, hora prevista para el concierto de Guadalupe Plata, y la Lata de Zinc olía más a comida que a música. La hora de la cena. Para evitar que la gula se impusiese, buscamos refugio en el sótano del local, donde se desarrollaría el show. Aunque al entrar, más que una sala de conciertos, aquello parecía una gran habitación de revelado de fotos, con cuatro focos rojos alumbrando tímidamente la penumbra en la que nos encontrábamos. 

Todo lo que nuestros ojos vislumbraban era de un color rojo intenso. Y lo que íbamos a escuchar, también, pues si el sonido de Guadalupe Plata tuviese un color, posiblemente fuese ese mismo. Es verdad que estas luces para los fotógrafos son una gran putada, pues con tan poca luz cuesta enfocar, y si finalmente consigues enfocar, las fotos salen con tanta saturación que se pierden los detalles (de ahí el intentar salvarlas con el socorrido blanco y negro), pero a su favor, esos mismos focos también ayudaban a crear una atmósfera lúgubre. 

Los de Úbeda, siendo un grupo de culto, consiguen llegar a una parroquia de fieles que les siguen con devoción. De ahí que la sala estuviese repleta. Guadalupe Plata son una rara avis en el panorama nacional, únicos en su especie. Y bastan unos minutos para comprobar como Pedro de Dios (voz y guitarra), Paco Luis Martos (al barreño, al bajo, a la guitarra Gretsch o al cigarbox) y Carlos Jimena (a la batería) juegan en otra liga. La suya propia. 


Viéndoles en directo parece que cada integrante del trío libra su propia batalla (en el caso de Paco de forma literal, pues sufrió algunos problemas técnicos), pero lo cierto es que entre los tres consiguen un ritmo endiablado, hipnótico, que te sube por la espina dorsal y se apodera de ti. Ese mismo ritmo que impone la poderosa base rítmica formada por Paco y Carlos, cada uno a su manera: el primero, sobrio y parsimonioso; el segundo, psicótico en pleno ataque epiléptico. En el medio, Pedro se basta de una simple pedalera y un slide para sacarle humo a su Gibson y subir la temperatura del local. Y cuando los tres se calientan, queman. 
Con las altas temperaturas aparecen los espíritus de ilustres del Blues de aguas pantanosas como Screamin Jay Hawkins o John Lee Hooker

Guadalupe Plata invitan a la audiencia a unirse en el mismo trance en el que están ellos cuando tocan. Parcos en palabras, nunca se molestaron en titular sus discos, ni en explayarse con las letras de las canciones. Un par de versos les bastan para salir del invite. No necesitan mucho más para volarte la cabeza. Ni bises ni ostias. 

Y con el mismo sigilo con el que se subieron a las tablas, se marcharon. Y si se fuesen para siempre, además de echarles en falta, les echaríamos de menos.  



 

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