LITERATURA / Christopher Moore

CHRISTOPHER MOORE
Un Trabajo Muy Sucio



“Un Trabajo Muy Sucio” es el tercer libro que leo de Christopher Moore, con el que cierro esta especie de trilogía sumamente entretenida. En esta ocasión, Moore ilumina con su vis cómica ese país ignoto que tarde o temprano todos acabaremos por explorar (la muerte y el morir) con resultados desternillantes, conmovedores y muy, muy divertidos. 


Un lunes, solo por entretenerse, Charlie cogió una berenjena a por la que iba derecha una abuelita espectacularmente acartonada, pero en lugar de quitársela de la mano con un golpe de Kung Fu, como Charlie esperaba, la abuelita lo miró a los ojos y sacudió la cabeza. Fue un meneo apenas perceptible, pero resultó el más elocuente de los gestos. Charlie lo interpretó como “Oh, Diablo Blanco, será mejor que renuncies a hurtarme ese fruto purpúreo, pues te saco cuatro mil años de ancestros y civilización; mis abuelos construyeron los ferrocarriles y excavaron las minas de plata, y mis padres sobrevivieron al terremoto, al fuego y a una sociedad que proscribía hasta el hecho mismo de ser chino. Soy madre de una docena de hijos, abuela de cien nietos y bisabuela de una legión. He parido hijos y lavado a los muertos. Soy historia, sufrimiento y sabiduría. Soy un Buda y un dragón. Así que suelta de una puta vez mi berenjena o te corto la mano”.
Y Charlie la soltó.

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En efecto, fue un macho beta sumamente habilidoso quien descubrió el fuego, aunque, como era de esperar, un macho alfa se lo arrebatara casi enseguida (los alfa fracasaron en el descubrimiento del fuego, pero, como no entendían que no había que agarrar el palo por el lado caliente y anaranjado, se les atribuye en cambio la invención de la quemadura de tercer grado). Pese a todo, la chispa originaria brilla todavía en las venas de todo macho beta. Mientras que los chavales alfa se dan muy pronto a las chicas y el deporte, los beta siguen dedicándose a la pirotecnia hasta bien entrada la adolescencia y a veces incluso pasada esta. Quizás los machos alfa dirijan los ejércitos de este mundo, pero son los beta quienes hacen saltar las cosas por los aires.

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No se trataba solamente de una casualidad histórica: una noche, ya a última hora, cuando había acabado la música y el sake animaba su elocuencia, Sato le había explicado a Minty que se trataba de una alineación filosófica: el jazz era un arte zen, ¿no? La espontaneidad controlada. Como una pintura sumi-e a la tinta, como el haiku, como el tiro con arco, como la esgrima kendo; el jazz no era algo que se planeara, era algo que se hacía. Uno ensayaba, tocaba sus escalas, se aprendía sus fragmentos y luego ponía todos sus conocimientos, toda su preparación, al servicio del instante.
-          Y, en el jazz, cada instante es una crisis –dijo Sato citando a Wynton Marsalis-, y uno pone toda su habilidad en juego para soportar esa crisis. –Como espadachín, el arquero, el poeta y el pintor: todo está ahí. No hay futuro, ni pasado, solo ese instante y cómo te enfrentes a él. El arte sucede.

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