LITERATURA / Jeffrey Eugenides

JEFFREY EUGENIDES
Middlesex


Considerado uno de los grandes escritores norteamericanos de su generación, Jeffrey Eugenides ofrece en “Middlesex” una virtuosa combinación de elegía, saga familiar y aventura picaresca. Una obra que se sitúa entre la división que siempre hubo entre novelas de hombres y novelas de mujeres. 

El ouzo seguía fluyendo. Llegaron los músicos y empezó el rebétiko. Eran canciones de deseo carnal, de muerte, de cárcel y vida en la calle. “Al fumadero de hachís de la playa, adonde voy todos los días”, cantaba Lefty, siguiendo el compás, “cada mañana, bien temprano, para olvidar las penas; me encuentro con dos odaliscas, sentadas en la arena; completamente colocadas, las pobres, pero qué divinas eran”. Mientras, iban llenando el narguile. Hacia medianoche, Lefty salió flotando a la calle.
Un callejón desciende, gira, acaba sin salida. Se abre una puerta. Un rostro sonríe, acogedor. De buenas a primeras, Lefty se encuentra en un sofá junto a tres soldados griegos, mirando a siete mujeres regordetas y perfumadas, repartidas en dos sofás frente a ellos. (…) Y ahora ya ha olvidado completamente su oración, porque Lefty (cuando la madame dice: “la que más te guste, corazón”) pasea la mirada por la circasiana rubia de ojos azules, la armenia que come un melocotón con aire insinuante y la mongola del flequillo; sus ojos siguen buscando y se detienen en una chica al extremo del sofá más apartado, una muchacha muy callada, de ojos tristes, piel perfecta y trenzas negras. “Hay una vaina para cada daga” dice en turco la madame, y ríen las putas. 
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…”Perifescencia”. El término no significa nada en sí mismo; Luce lo inventó para evitar toda asociación etimológica. Denota los primeros síntomas de la vinculación afectiva de una pareja humana. Causa vértigos, euforia, cosquilleos en la cavidad torácica. Perifescencia es la parte enloquecida, romántica, de estar enamorado. Y según explicó Luce, puede durar hasta dos años, como mucho. Los antiguos habrían explicado la sensación de Desdémona como la acción de Eros. En la actualidad, el dictamen de los expertos lo reduciría al ámbito de la química cerebral y de la evolución. No obstante, debo insistir: Desdémora sintió la perifescencia como una calidad laguna que le fluía del vientre y le anegaba el pecho. Se le subió como un ardiente licor de menta finlandés de noventa grados. Tras el eficiente bombeo de dos glándulas en el cuello, se le encendió el rostro. Y el calor entonces cambió de signo y empezó a extenderse a sitios a los que una chica como ella no permitía acercamientos, con lo que Desdémora bajó los ojos y dio media vuelta. Se dirigió a la ventana, dejando la perifescencia a su espalda, mientras la brisa del valle le refrescaba el ánimo. 

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Y en la pensión del Bulevar Cadillac, Tessie Zizmo se pinta las uñas de los pies mientras escucha el clarinete.
“Begin The Beguine”, el gran éxito de Artie Shaw, flota en el húmedo ambiente. Paraliza a las ardillas, que en los cables del teléfono inclinan la cabeza para oír mejor. Arranca un susurro a las hojas de los manzanos, haciendo girar el gallo de una veleta. Con su movido ritmo y su ondulante melodía, “Begin The Beguine” sobrevuela el césped, los jardines, las mesas y los bancos, las mecedoras de los porches y las cercas estranguladas por las zarzamoras; salta la valla del jardín de la Pensión O´Toole, bailando sobre las actividades recreativas de los inquilinos, principalmente masculinos, (…) y luego la canción trepa por la descuidada hiedra que cubre la fachada de ladrillo, pasa por las ventanas donde algunos solteros dormitan, se rascan la barba o, en el caso del señor Danelikov, formulan problemas de ajedrez; y sigue subiendo, la mejor y más apreciada melodía de Artie Shaw, grabada en 1939, que aún se oye por la radio en toda la ciudad, una música tan fresca y alegre que parece garantizar la pureza de la causa estadounidense y el triunfo final de los aliados; pero ahí está, por fin, entrando por la ventana de Teodora, mientras ella se abanica los dedos de los pies para secarse el esmalte de las uñas. Y, al oírla, mi madre se vuelve hacia la ventana y sonríe.

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