LITERATURA / Nickolas Butler
No sonaba como la música de Lee o, al menos, como nada que yo reconociera como su música. Era fría, solitaria y disonante. La mejor descripción que se me ocurre es que recordaba al modo en que el sonido viaja en invierno, cuando todo queda frío y mudo. A ese silencio que oyes al principio: resulta imposible imaginar que nada pueda vivir o moverse por allí. Y luego, después de aguzar el oído, después de esperar, empiezas a oír a los cuervos en las copas de los árboles y el ruido casi imperceptible de su vuelo, de sus alas en el aire cristalino. Y más: una sierra eléctrica lejana, un coche parado con el motor en marcha, el hielo cada vez más grueso, el agua del arroyo que borbotea al pasar cerca de ese hielo, el goteo de los carámbanos, el canto de los pájaros. Ve apilando todos esos ruidos imperceptibles bajo el tristísimo falsete de Lee, y ya tienes un himno para nuestro rincón del mundo.
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