LITERATURA / James Rhodes
JAMES RHODES
Instrumental
¿Quién dice que la música no salva vidas? James Rhodes fue violado a los seis años, internado en un psiquiátrico, drogadicto y alcohólico, se intentó suicidar cinco veces y perdió la custodia de su hijo, pero la música siempre estaba ahí. James se convirtió en superventas gracias a este "Instrumental" donde nos narra sin máscaras y con una honestidad desgarradora, los fantasmas que a uno pueden perseguirle tras sufrir abusos sexuales siendo niño, y como se aferró a la vida, hasta que unos cuantos golpes de suerte le llevaron a donde está ahora.
Vosotros y yo estamos conectados de forma inmediata a través de la música. Yo la escucho. Vosotros la escucháis. La música ha empapado nuestras vidas y ha influido en ellas tanto como la naturales, la literatura, el arte, el deporte, la religión, la filosofía o la televisión. Es la gran unificadora, la droga preferida de los adolescentes de todo el mundo. Brinda consuelo, sabiduría, esperanza y calidez; lleva haciéndolo miles de años. Es medicina para el alma. Hay ochenta y ocho teclas en un pian y, dentro de ellas, un universo entero.
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No supe qué coño estaba pasando, pero fui incapaz de moverme. Aquello fue como entrar en trance mediante uno de los trucos del mentalista Derren Brown mientras vas puesto de ketamina. La música logró tocar algo en mi interior. Esto me recuerda a esa frase de Lolita en la que ella le dice a Humbert que él ha desgarrado algo dentro de ella. Yo tenía algo destrozado en mí, pero esto lo arregló. Sin esfuerzo y al instante. Y supe, del mismo modo que supe en cuanto lo tuve en brazos que dejaría que me atropellara un autobús para salvar a mi hijo, que era aquello en lo que iba a consistir mi vida. Música y más música. La mía iba a ser una existencia dedicada a la música y al piano. Lo supe sin cuestionármelo, feliz, sin el dudoso lujo de poder elegir.
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La industria de la música clásica solo se dirige a una parte pequeña de la población, sobre todo en el Reino Unido; la gestionan, en su mayor parte, gilipollas ampulosos y anticuados a los que parece procurar un placer perverso seguir garantizando que la música "de verdad" sea el privilegio de una escasa élite a la que consideran lo bastante rica (y, por tanto, lo bastante inteligente) para entenderla. Beethoven es suyo, coño, y los únicos a los que se permite escucharlo son los pijos que saben qué tenedor se utiliza con el pescado y que conocen la diferencia entre los números del catálogo de Köchel y los que aparecen con el epígrafe "opus". (...)
Como género parece haberse convertido en el equivalente musical de hacerte una paja llorando por la vergüenza que te da aquello con lo que estás fantaseando.
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Para mí, la parte más despreciable de todo esto es que dan por sentado que un público nuevo y más joven degradaría de algún modo el ámbito de la música clásica. Qué horror, que apareciera alguien con unos vaqueros y se atreviera a aplaudir cuando "no toca". Creen que si no eres un oficial de la Orden del Imperio Británico, no eres licenciado en ciencias o humanidades, no te has educado en Oxford o Cambridge, no ganas más de ochenta mil libras al año, no llevas un nudo Windsor en la corbata y no te has convertido en una parodia de ti mismo, vas a devaluar el mundo inmaculado, refinado, megafrágil y culturalmente sagrado que es la música clásica.
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