LITERATURA / Camilo José Cela
CAMILO JOSÉ CELA
La familia de Pascual Duarte
Pascual Duarte es un hombre que va de desgracia en desgracia, y con un carácter volcánico que lo lleva directamente de problema en problema. Él es el protagonista de "La familia de Pascual Duarte", uno de los libros más celebrados de Camilo José Cela (Iria Flavia, 11 de mayo de 1916 - Madrid, 17 de enero de 2002), y después del Quijote, una de las obras más traducidas de la literatura española en todo el mundo. Ambientada en un pueblo extremeño, y narrada a modo de confesión, esta novela entra dentro de esa corriente que se bautizó como "Tremendismo", donde cada página es más cruda que la anterior.
"Los escritores, por lo común, corregimos las pruebas de nuestras primeras ediciones y a veces, ni eso. Las que siguen las dejamos al cuidado de los editores quienes, quizás por aquello de su conocida afición al noble y entretenido juego del pasabola, delegan en el impresor, el que se apoya en el corrector de pruebas que, como anda de cabeza, llama en su auxilio a ese primo pobre que todos tenemos quien, como es más bien haragán, manda a un vecino. El resultado es que, al final, el texto no lo reconoce ni su padre (...).
A veces pienso que escribir no es más que recopilar y ordenar y que los libros se están siempre escribiendo, a veces solos, incluso desde antes de empezar materialmente a escribirlos y aún después de ponerles su punto final. (...) Lo que sucede es que el libro, después de nacer, sigue creciendo -armónico o desordenado- y evolucionando: en la cabeza de su autor, en la imaginación o en el sentimiento de los lectores (...).
Llamábase el sujeto Paco López, por mal nombre el Estirao, y de él me es forzoso reconocer que era guapo mozo, aunque no con mirar muy decidido, porque por tener un ojo de vidrio en el sitio donde Dios sabrá en qué hazaña perdiera el de carne, su mirada tenía una desorientación que perdía al más plantado.
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... y cuando a mí se me ocurrió decir que en lo tocante al recuerdo de mi padre lo mejor sería ni recordarlo, don Manuel, pasándome una mano por la cabeza me dijo que la muerte llevaba a los hombres de un reino para otro y que era muy celosa de que odiásemos lo que ella se había llevado para que Dios lo juzgase.
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El tren acabó por llegar; tarde o temprano todo llega en esta vida, menos el perdón de los ofendidos, que a veces parece como que disfruta en alejarse.
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La idea de la muerte llega siempre con paso de lobo, con andares de culebra, como todas las peores imaginaciones. Nunca de repente llegan las ideas que nos trastornan; lo repentino ahoga unos momentos, pero nos deja, al marchar, largos años de vida por delante. Los pensamientos que nos enloquecen con la peor de las locuras, la de la tristeza, siempre llegan poco a poco y como sin sentir, como sin sentir invade la niebla los campos, o la tisis los pechos. Avanza, fatal, incansable, pero lenta, despaciosa, regular como el pulso. Hoy no la notamos; a lo mejor mañana tampoco, ni pasado mañana, ni en un mes entero. Pero pasa ese mes y empezamos a sentir amarga la comida, como doloroso el recordar; ya estamos picados.
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